Schopenhauer nos condena a una voluntad de vivir, desde que nacemos somos individuos condenados a un error de nacimiento, la obligación de concentrar toda nuestra voluntad en vivir, de forma ciega e insulsa, aun a pesar de ser los únicos seres sobre la tierra que se saben mortales. Luchamos y batallamos en mil campos de enfrentamiento, como si la victoria representase la meta perseguida, escapar de la muerte, sin embargo, por muchas batallas ganadas, la muerte es inevitable, pero la voluntad de vivir nos conduce a sufrir, a reír, a seguir luchando sin fuerzas para evitar ese momento. Somos esclavos de nuestra voluntad de vivir. Y esa voluntad y ese destino final se convierte en la característica que nos hace iguales a todos, donde perdemos nuestro Yo intransferible.
Pero Schopenhauer era un débil, una voluntad totalmente dionisíaca donde su Yo se pierde en una masa de yos derrotados en el fondo, sin espíritu ni fortaleza que desprecian en todo momento lo importante de vivir: vivir en sí. Nietzsche considera a los cobardes, a los que no luchan y batallan, a los no fuertes y no poderosos, a los esclavos de sí mismos como los seres más repulsivos y degradantes de toda la humanidad, y el superhombre debería acabar con ellos pues eso es lo que están pidiendo y deseando: “O como la vida es un continuo camino de espinas, como soy incapaz de mantenerme de pie, debéis tenerme pena, sentiros compadecidos de mí”, dirá el pusilánime , contra él Nietzsche dice: Si quieres morir, muere.
Frente a la voluntad dionisiaca de la compasión y la autocompasión, debe promocionarse el alma de los señores, de los fuertes, los ganadores, la voluntad de los apolíneos, de los victoriosos y los deseosos de seguir viviendo simplemente por el placer de vivir. Aceptar la muerte, dejarse llevar a ella sin penas ni complejos, para así dejar tiempo en apreciar lo bello del mundo en todo momento hasta que llegue el morir. Pero ello sólo podrán hacerlo los hombres superiores. Los demás, los que se desilusionan, porque únicamente acarician la belleza por unos instantes pues en todo momento quieren morir, son unos nihilistas, sin fuerzas, sin vida.
Debemos cambiar la voluntad de vivir por una voluntad de poder, de fuerza para no permitir que nada ni nadie nos hunda, para evitar que los muertos en vida nos arrastren con ellos y nos conviertan en pobres de poder y fuerza; no puede el superhombre permitirse ser un esclavo de los sentimientos de la compasión, la pereza o el sufrimiento buscado, el verdadero dolor debe ser la vitamina de los visionarios, de aquellos capaces de saltar las barreras. Frente a la vitamina de los débiles, a saber, la pena y el sentimentalismo de la autocompasión, se impone la cruel crítica, incluso la muerte del débil, pues cualquier contacto con su forma de pensar, nos conduce de la cima a la base, del éxito, a la miseria más burda. El superhombre no cicatriza sus heridas, ni siquiera las tiene en cuenta, simplemente piensa en ellas como el recordatorio de lo débil que puede llegar a ser si en todo momento no dejar de moverse hacia delante, sin importar quién o qué se interponga en su camino.
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