Friday, October 27, 2006

La habitación de llorar

Regreso a mi blog después de un tiempo de descanso auto-impuesto por una necesidad interna de pensar y guardarme ciertas cosas y mi adaptación a lo que es mi nueva casa, Madrid.
La adaptación de momento está en ciernes, pues es demasiado pronto para hacer una evaluación sobre lo bien o lo mal que puede tratarme esta ciudad, de la cual se oyen miles de dimes y diretes increíblemente buenas y malas. Confieso que estoy asombrado y maravillado de las miles de cosas nuevas que se muestran a mis ojos y que ansioso deseo conocer y descubrir (esta ciudad para un sociólogo es un tesoro y gratis).
El pensar y guardar mis pensamientos es una etapa que sufro de vez en cuando, que me permite reflexionar en voz baja, tranquila e íntima sobre los temas y problemas que me interesan y preocupan, con el sosiego y la paz que supone no tener que dar explicaciones a nadie sobre por qué martirizo mis neuronas con esos pensamientos, y sobre todo, sin tener que preocupar a la gente que me rodea con ellos.
No voy a decirles sobre lo que he pensado en este período de tiempo, pero si quiero compartir con todos aquellos que me leen la conclusión a la que llegué. No se trata de una gran frase con profundidad filosófica o vitalista, ni guarda una gran sabiduría que guíe nuestra vida y aporte las respuestas a las preguntas que el camino nos lanza en todo momento. Simplemente se trata de la habitación para llorar, y antes de prejuzgarme sigan leyendo, denme una oportunidad antes de tacharme de amargado y melancólico.
La habitación de llorar se trata al fin y al cabo de una actitud, una forma de ser respetable pero nada afortunada. Ese cuarto de lágrimas al que me refiero, es si queremos verlo así, como el espacio íntimo e invisible al que recurrimos cuando los problemas de la realidad nos desbordan y nada parece mostrarse claro. En ella obtenemos el silencio, la paz, la tranquilidad e incluso puede, que el sosiego que se busca cuando vivimos una mala situación; incluso puede que recibamos alguna visita de alguien importante para nosotros que nos de aliento y ánimos. ¿Que bonito lugar es la habitación de llorara verdad?, pues no. Es una mierda. La peor decisión que uno puede tomar, diría más, es la opción del cobarde. Siento ser tan duro, sobre todo para aquellos que recurren constantemente a ese rincón, pero es una realidad.
Las cuatro paredes de la amargura no sirven de nada porque, amigos míos, cuando uno se harta de llorar y decide volver a salir de él, se da cuenta de una trágica realidad: los problemas siguen ahí y no se han solucionado. ¿Qué hacemos entonces, volvemos a la habitación a lagrimar de nuevo? Seguro que muchos habrán ya pensado que volver significa que cuando volvamos a salir, las cosas seguirán sin resolverse.
Así que frente al rincón triste de las lágrimas sólo nos queda una cosa, el hacer algo, así de simple. Ante una actitud pasiva se nos impone la necesidad de ser activos, de sacar fuerzas de flaqueza y mirar los problemas cara a cara y buscarles una respuesta. Claro que no es el camino fácil, todo lo contrario, es el más largo, duro y difícil de todos, e incluso por si todo lo anterior no fuese suficiente, tenemos que sumar el dato de que muchas veces nos partimos el cuerpo y el alma buscando soluciones y nos damos cuenta de que no hay nada que hacer. Pero ahí radica la grandeza de esta otra forma de ser, de vivir.
Cuando uno toma la actitud de actuar, aunque se fracase o no se obtengan los resultados esperados, sabremos que hemos puesto de nuestra parte toda la carne en el asador, somos conscientes de que las palabras miedo, pereza, pasividad, cobardía no nos definen, que no van con nosotros. Nos queda el orgullo de habernos estrellado contra el muro con toda la fuerza, y no quedarnos encerrados sin hacer nada y acabar estrellados más tarde, porque eso sí, el muro no va a desaparecer por mucho que intentemos derribarlo a base de lágrimas.
Para terminar, me permito la desfachatez y la osadía de darles un consejo: si conocen a una persona de esas que no se esconde en la habitación de llorar, no la dejen escapar, cuídenla y mantengan contacto con ella en todo momento, cueste lo que les cueste, pero sobre todo, aprendan de ella todo lo que puedan y escuchen muy atentamente lo que les dice, no la martiricen siempre con sus problemas y abran sus mentes y cállense un momento, verán que sin darse cuenta, ellos mismos le están dando la solución a sus problemas, pero únicamente están esperando que sean ustedes los que se decidan hacerlo, es decir, a que sean ustedes los que se levanten e inicien el camino difícil que ellos ya están recorriendo; no podemos ser tan malos y pedirles que también nos guíen a nosotros.

Sunday, October 08, 2006

El pasado con una sonrisa

No es bueno ni saludable tener la vista anclada en el pasado, simplemente porque como dice el refrán agua pasada no mueve molinos, así de simple, sin embargo es necesario alguna vez hacer un alto en el camino y ver como hemos llegado hasta donde estamos, ver lo que ha pasado, las cosas que han cambiado y las que siguen igual, porque nunca se sabe lo que uno puede sacar en conclusión de dicha reflexión.
No voy yo a exponerles aquí mi vida resumida en breves líneas ni a contarles cosas de mi pasado, para eso tienen otros mensajes en este blog si quieren ver cubierta su curiosidad. Este post es llano y sencillamente una puesta en escrito sobre las cosas que pueden habernos ocurrido a todos nosotros o no, como un experimento en el fondo para comprobar hasta que punto, quizás, la vida y sus sucesos no nos separen tanto a este intento de escritor y ustedes, mis valiosos lectores y lectoras (cada vez más, algo que alimenta mi ego, para que ocultarlo J ).
En los añitos que tengo ya, 26, que no es que sean muchos la verdad, por mucho que se empeñe el dueño de cierto rincón barrido en llamarme viejo, he vivido ya unas cuantas experiencias muy interesantes vistas ahora desde la lejanía y la calma del tiempo pasado.
¿Se han preguntado alguna vez cuánta gente han conocido ya en sus vidas? Y hablo sólo de las que se acuerdan mejor o peor, no de toda esa otra gente que en algún momento formo parte de su vida y que ahora mismo, no guardan ni un ápice de recuerdo sobre ellas, como si nunca hubiesen existido. He intentando sacar un número aproximado y tuve que parar cuando llegue cerca de los 300 sólo entre compañeros, profesores y amigos de mi vida académica. Con mi vida amorosa lo he tenido más fácil porque aún me acuerdo de todas mis parejas (por lo escasas evidentemente), tanto las más serias como las más formales. Pero les aseguro que el número total de esas personas de poder hallarse sería increíble.
Los recuerdos que más gracia me hacen son los referentes a esos amores insufribles que todos hemos tenido, con mayor o menor intensidad. Esas chicas o esa chica que nos volvió loco, que nos trajo por la calle de la amargura, embobados, enamorados hasta los últimos rincones de nuestro cuerpo. La de veces que imaginaba que reunía el valor para declararme, la de cartas y escritos creados para ella, las entradas en el diario, las borracheras para aliviar el dolor o disimular la debilidad que sentíamos, las falsas esperanzas que nos subían en una montaña rusa de felicidad y tristeza continúas. Ese momento mágico cuando una de ellas nos hizo caso por un segundo o unos minutos, cuando pensamos que nuestros sueños iban a verse cumplidos, cuando nos cogió de la mano, cuando nos rozamos por primera vez. Incluso es probable que nos diese un beso, y ¡que beso amigos!, como en ese pasado ya vivido, parecía que no había persona más alegre en el mundo. Cuando nos dijo que éramos su mejor amigo en una confesión bajo el alcohol o después de un desengaño amoroso, ¡y la cara de gilipollas que se me quedó! No se ustedes, pero vistos ahora estos recuerdos me hacen mucha gracia y me muestran que en este tema, sigo igual de cándido que años atrás.
Y los amigos. La de litros de alcohol que hemos compartido, la de juergas y risas, enfados, peleas, confesiones, descubrimientos, decepciones, etc. Siempre me ha intrigado como nace esa complicidad entre dos personas, esa confianza capaz de superar vergüenzas, miedos y obstáculos internos y que nos permite contar aquello que nunca contaríamos a otra persona. ¿Dónde están los primeros amigos? Los de la infancia, con los que jugábamos inocentemente al balón, a ir en bicicleta, en imaginar mil y un mundos donde éramos los absolutos dueños. ¿Y los otros? Los de hace no mucho, cuando empezábamos a perder la inocencia y la vida nos obligaba a entrar en el mundo de los adultos a trompicones y de forma poco educada. ¿Los conservan aún, tienen contactos con ellos? ¿Cuantas personas siguen ahí después de tanto tiempo? Personalmente en este tema he tenido tantas buenas y malas experiencias por igual que me sorprendo que aún siga pensando que la amistad es un tesoro. Conservo amigos, bueno, uno, desde hace exactamente trece años, nada más y nada menos. Otros se quedaron por el camino, por dejadez, problemas o simplemente por que la vida pasa. Mis amigos más recientes no tienen tantos años, exactamente cinco y cuatro años respectivamente. El tiempo dirá lo que sucede, pero me sigue llamando poderosamente la atención como las promesas de amistad no duran más allá del contacto y las noches de juerga, y no es que me parezca mal.
Si queridos lectores, muchas cosas hemos vivido ya y muchas más nos quedan aún por vivir. Y esa es la magia de la vida, tener la esperanza y la valentía de desear en cada minuto de nuestra existencia que ocurran cosas nuevas, buenas y malas. Que les vaya bonito.
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