Monday, October 31, 2005

¿Bailas?

La música penetra en mis oídos de un modo frenético, casi infernal, las luces de colores y los rayos láser me rodean por todos lados. Estoy en una nube calidoscópica de sensaciones indescriptibles, asediado de cuerpos desnudos y sudorosos que, al igual que yo, bailan poseídos por un frenesí mortal. Muévete, baila, levanta los brazos y menea la cabeza, no pares ni un segundo, el final aún está lejos y lo único que busco es bailar hasta que las fuerzas me fallen, entonces, iré al baño y una buena ralla hará que vuelva a explotar en un millón de palpitaciones excitantes.

Tengo calor, tanto que me tiro por la cabeza una botella de agua, hace tiempo que he perdido mi camiseta y bailo a pecho descubierto. Qué más da, lo importante es vivir a tope, no pensar en el mañana, en las consecuencias, la cabeza no debe hacer otra cosa más que oír música, electrizante y rápida, noto como invade cada centímetro de mi piel.

Un cuerpo extraño se acerca a mi, no se si es chico o chica, ¡es igual!, comienzo a bailar con mi desconocida pareja, rozo su pierna con mi entrepierna, sus manos se posan en mi pecho, pasan por mi cintura y agarran con fuerza mi culo, las luces me impiden ver su rostro, la distancia entre los dos ha disminuido más aún si cabe. Acerca sus labios a los míos y puedo distinguir en su lengua una pastilla, de un beso y con el juego de nuestras lenguas, me la trago de un golpe. Me besa en el cuello, me muerde despacio mientras yo araño su espalda desnuda. Los dos estamos sudando a borbotones.

Creo que más gente se ha unido a nuestro juego, ahora mismo mis manos se posan en el pecho de una mujer, solo conserva su top que está muy mojado, sus pezones están realmente excitados, mi boca desea probarlos. Alguien ha puesto sus manos en mi paquete, me está dando un buen magreo, intenta quitarme el cinturón, quiero resistirme pero no puedo, mete su mano dentro de mi pantalón, debajo de mi ropa interior, parece que al fin encuentra lo que busca. Hace mucho calor, necesito agua. Unos labios cercanos me ofrecen otra pastilla, la tomo sin pensarlo mucho. Esta noche puede ser la última.

La música acompaña todos nuestros movimientos, cada vez más rápido, cada vez de forma más intensa y brutal. Algo me está mojando, debe ser alguien con una botella, sin embargo, no es suficiente para calmar el calor que tengo.

La cabeza comienza a darme vueltas, las luces se mueven en círculos y espirales que no comprendo, el humo blanco de la pista de baile me aturde aún más. Mi corazón late con más fuerza, respiro con dificultad mientras las manos que me poseen no parecen bajar su intensidad en su intento de dominarme por completo. De golpe, parece que el suelo a desaparecido y comienzo a sentir mi cuerpo en caída libre, oigo los latidos de mi corazón más fuertes cada vez, no puedo ver nada claro, sólo una mezcla de colores que no puedo relacionar, mi cabeza golpea contra algo duro…. .

Friday, October 28, 2005

La hoja en blanco

La hoja en blanco me produce pánico. Mientras el folio sigue limpio, está libre de borrones y errores, una vez que uno comienza a escribir, debe tener cuidado de no manchar en vano lo que anteriormente era nada, y por tanto, en su vacío existencial, eximio de faltas.

Escribir es un ejercicio de autoconocimiento, es poner delante un espejo que nos devuelve imágenes escritas sobre la realidad que debería ser y no es. En un simple papel volcamos deseos, sueños, mentiras y verdades sin saber hasta donde llegan unas y otras, jugamos con la realidad como un dios caprichoso e inconsciente, o peor aún, impasible ante las consecuencias de lo contado.

En cada letra, palabra, frase hay una esencia misteriosa que intenta sobre todo conseguir un algo determinado, establecer comunicación con el lector. Se trata por tanto, de un diálogo sin palabras habladas, donde primero uno lee y luego piensa, y en ese pensar, en el resultado de haber provocado la atención del otro, donde se establece la comunicación de lo escrito.

A mayores, el papel en blanco es la perfecta analogía de lo que nos espera en la vida, unas veces líneas rectas y otras menos, de palabras acertadas o de tachones negros que parecen predecir futuras tormentas, de aceptación o rechazo, de éxito o fracaso. Cúantos punto y aparte queremos en nuestro relato, cuantas comas y explicaciones a pie de página, de cuántos capítulos constará lo narrado hasta que tengamos que poner punto y final. La hoja en blanco me produce miedo porque escribir en ella es hacerlo en la vida misma, es tatuar con palabras las elecciones que marcarán nuestro futuro.

Saturday, October 22, 2005

El rey y su castillo de arena

Allí estaba él, un pequeño diablillo de no más de once años, con su cuerpo debilucho y flaco, de piel tan blanca como una nube de algodón, con su bañador de los pokemon; jugando en la playa indiferente al sórdido mundo de los adultos que, como sombras en pena, pasaban por su vera incapaces de interrumpir por un solo momento, su ir y venir de cubos de arena y agua.

Con paciencia y tesón, venciendo con valentía los obstáculos en forma de pies, pelotas de playa, gritos de su madre llamándole para ponerse crema, fue levantado con esmero un castillo de arena. Cuando terminó, se sentó justo delante, mirando su obra orgulloso y altivo, como si sus inocentes manos hubiesen construido la octava maravilla del mundo. El resto de la tarde lo paso mojando su fortaleza para que no se derrumbase, vigilando que ningún ejercito de malvados gigantes se lo llevase por delante con sus torpes andares.

El tiempo fue pasando, el mar fue cubriéndose de un color rojizo, presagio del atardecer y el pequeño rey tuvo que claudicar ante un cruel enemigo con el que no había contado, su madre, después de haberle llamado varias veces, se acercó y cogiéndolo por la oreja, logró derrotarlo sin esfuerzo. Con lágrimas en los ojos recogió su cubo y su pala, mirando de reojo su castillo, se alejó despacio sin estar muy convencido de porque tenía que dejar su reino a manos de cualquier forajido preparado para saquearlo, ahora que ya no había caballero para defenderlo.

La marea comenzó a subir, las olas poco a poco fueron cercando al castillo, el cual sin nadie que lo protegiese, iba lentamente derrumbándose con cada acometida. A los pocos minutos, una fuerte ola se lo llevó por delante, sin dejar rastro, sin piedad con los sueños e ilusiones de un pequeño diablo que, en una tarde de verano, durante unas cuantas horas, fue dueño y señor, rey de todo un reino con castillo de varios metros de altura, imponentes torres y deslumbrantes almenas, con puente levadizo por el cual ese diminuto monarca regresaba a su fortaleza, montando un fabuloso caballo, satisfecho de haber luchado con valentía en el campo de batalla contra unos enemigos incapaces de ver la noble misión que llevaba a cabo.

Ahora ya no queda nada y el mar parece mostrase contento por su victoria. Sin embargo, seguro que el valiente rey en el exilio sueña alegre, en su cama, en que mañana volverá a la playa con su cubo y su pala para volver a levantar otro castillo.

Monday, October 17, 2005

De viaje

Seguro que ahora ella estará sentada al lado del fuego llorando, con sus manos surcadas por arrugas secando un aguacero de lágrimas, preguntándose por qué he tenido que hacerlo. Pobre. No lo entiende y pasará mucho tiempo hasta que sea capaz de comprender los motivos que me han llevado hacer este viaje. A su lado posiblemente se encuentre él, papá, demasiado sobrio o tan lleno de alcohol como una botella de whisky, en cualquiera de los dos casos, será una piedra incapaz de mostrar un atisbo sentimental. Si está ebrio, como casi todos los días, tendrá sus sentidos tan embotados que no se percatará de mi ausencia, por el contrario, si esta vez no ha conseguido dinero para beber, estará posiblemente tumbado en una esquina, a oscuras, preguntándose el por qué no ha podido beber hoy.

Es de noche y somos unos 15, no conozco a nadie. En sus ojos veo miedo, hambre, sueño, sed, dolor y sobre todo esperanza e ilusión. Pobres. Ahora es cuando me doy cuenta que hemos sido engañados, sin embargo ellos aún siguen aferrados a un clavo ardiendo. Tengo sueño. Las olas del mar balancean la barcaza con un ritmo suave, de un lado a otro a igual que hace una madre con su bebé.

Hace ya horas que hemos partido y aún no hemos visto nada, solo agua y más agua, sólo hemos notado viento y frío, mucho frío, tanto que estamos todos juntos, formando un cuerpo de masa negra deforme de manos y piernas tiritando al mismo ritmo, que curioso, seguro que si nos colocan algún instrumento en las manos, seríamos como una orquesta perfectamente afinada. Somos los autores del réquiem que marca nuestras vidas, o mejor dicho, que armoniza nuestra muerte.

Me he dormido, no se cuanto tiempo, me despertaron unas sirenas, pero no de policía, todo lo contrario, son cantos de sirena melodiosos y preciosos, dulces y conmovedores, creo que soy el único que puede oírlas. ¿No escuchas a las sirenas? Ah, que canción más bonita, me dicen que tengo que ir con ellas, que tengo que dejar el bote y nadar muy fuerte para alcanzarlas y compartir con ellas el paraíso. Vuelvo a quedarme dormido.

La desesperación se ha adueñado de todos nosotros, algunas sombras dicen que teníamos que haber divisado costa hace unas dos horas, sin embargo, en el horizonte sólo sigue habiendo agua, mucho agua. Tengo la sensación de tener los pies mojados, creo que están congelados. Intento moverlos y no puedo, pero tampoco puedo gritar. Me duermo de nuevo.

Los gritos devuelven a la realidad. La barca se mueve fuertemente, todo el mundo está de pie, creo que nos hundimos, sin duda naufragamos, noto mucho frío desde la cintura para abajo. Algunos intentan sacar agua con las manos, otros directamente se han tirado al mar, está tan frío que dejan de patalear a los pocos minutos. Tengo mojada mi camisa, mis brazos quieren reaccionar desesperadamente para que nade, no hay fuerzas ya en mí, lo único que puedo hacer es mirar como lentamente, a lo lejos, la luna comienza a diluirse en mis ojos, me estoy ahogando, no puedo hacer nada, tengo todo el cuerpo congelado. Seguro que ahora ella estará sentada al lado del fuego llorando, con sus manos surcadas por arrugas secando un aguacero de lágrimas, preguntándose por qué he tenido que hacerlo. Pobre. No lo entiende y pasará mucho tiempo hasta que sea capaz de comprender los motivos que me han llevado hacer este viaje. Yo ahora ya lo sé.

Sunday, October 09, 2005

Sólo fue un sueño...

Un aroma lejano llegó a mi nariz, traía consigo imágenes de un paraíso exótico y tropical, de un mar claro y cielo despejado donde el sol no se esconde tras miles de nubes de polución. Me encontraba paseando por la zona vieja de Madrid, ese Madrid de los Austrias que se niega a olvidar un pasado de imperio y gloria, tiempo en donde barcos españoles surcaban todos los mares del mundo, cuando en Europa el sonido del andar de las picas españolas significaba miedo, admiración y respeto. El olor se hizo más fuerte cuando pasé justo por delante de un pequeño restaurante, era hora de comer y mi estomago decidió protestar por el poco caso que le hacía, decidí por tanto entrar y satisfacer tanto mi hambre como mi curiosidad por ese perfume tan llamativo y extraño.

No era un restaurante presuntuoso y superficial, como los que ahora están de moda en cualquier capital del mundo. Su fachada era simple y cuidada, una cristalera limpia decorada con una cortina blanca, en su cristal un mapa mundo dibujado y el nombre del establecimiento, poco más. La entrada estaba flanqueada por una puerta de madera agujereada llena de cristales traslucidos pequeños; al abrirla, el olor se hizo mucho más intenso, penetrante, casi embriagador, todos mis sentidos, pero sobre todo el olfato, se pusieron en alerta, una sensación extraña me invadió, era como si entrase en otro lugar, como al haber traspasado la puerta hubiese dejado atrás una realidad para entrar en otra diferente.

El restaurante contaba con unas seis o siete mesas, todas ellas preparadas para recibir a comensales dispuestos a dejarse llevar por manjares que ese olor parecía anunciar. Al fondo, una barra y unos cuantos taburetes, las botellas detrás colocadas en un orden casi marcial, desde luego, la majestuosidad del local no provenía de su exuberante decoración, sino de la sensación de orden y limpieza que transmitía en su conjunto.

Llevaba ya unos minutos esperando en la entrada, sin embargo me sorprendió que nadie me recibiese aún, decidí acercarme a la barra, donde había un vaso con hielo y una botella de whisky, por su colocación parecía que estaban puestos allí para que me sirviese personalmente; mi curiosidad aumentó a medida que también crecía mi extrañeza. Decidí llamar a alguien, esperé la respuesta, volví a llamar y recibí la misma contestación, silencio.

A mi derecha parecía que se encontraba la entrada a la cocina, lo deduje por la típica puerta blanca sin picaporte y unos grandes cristales en forma de círculo, que daban la sensación de ojos que me vigilaban. Sin embargo, no parecía escucharse nada, ni gente hablando, ni ollas a fuego, nada de nada, lo único que seguía presente era ese profundo aroma a mar y sal, a cielo azul y sol cálido. Pensé que posiblemente el encargado estaba en el servicio, espere unos minutos pero no escuché ni tirar de la cadena ni nada parecido. Me bebí un vaso de whisky de un golpe, pues empezaba a encontrarme algo nervioso y asustado.

Las dudas me asaltaron, ¿debía entrar en la cocina o no?, seguro que allí había alguien y no se había percatado de mi presencia a lo mejor por estar concentrado haciendo alguna tarea, recordé que también Lucía cocinaba con los walkman escuchando música y no se enteraba cuando yo llegaba a casa, pero esta idea era más una esperanza vana que una posible explicación a lo que estaba sucediendo. Poco a poco y lentamente, como si pisase sobre una alfombra de flores, me acerqué a la cocina, posé la mano en la fría puerta y abrí muy lentamente asomando primero la cabeza, para descubrir que allí tampoco había nadie. Ya dentro, la cocina estaba vacía, sin embargo, había una olla al fuego, un plato a lo lejos indicaba que se estaba haciendo una comida y, como no, el olor, ese aroma que desde la calle me acompañaba, estaba presente también aquí.

De repente, la puerta de la cocina se abrió bruscamente, tras ella apareció una mujer alta y hermosa. Su larga cabellera morena caía sobre su cara como olas sobre la arena del mar, sus ojos negros eran como carbón preparado para hacer fuego, con su mano, una mano blanca y con largos dedos me indicó que no gritase. Aunque quisiese hacerlo, algo me impedía hacerlo, estaba paralizado por la sorpresa y el miedo, sin embargo, había algo en ella que me obnubilaba, que me obligaba a permanecer quieto y tranquilo.

Se fue acercando lentamente, moviendo las caderas de una forma segura y sensual, con cada paso, su vestido largo de color negro se movía al compás de su andar, en cada zancada observaba a través del corte de su traje en el lado derecho, una pierna pálida, suave y increíblemente apetitosa.

Al llegar a mi lado, me rodeó con sus brazos, se acercó muy despacioo, me dio un largo beso en mi cuello, yo seguía sin poder reaccionar, pero me dí cuenta de que el aroma que llevaba aturdiendo mis sentidos desde el inicio provenía de su largo y precioso cuello. No pude contenerme y lo besé, lo hice con una mezcla entre pasión y ansiedad, no me acordaba de nada ni de nadie, mi intención era una y clara, poseer a esa mujer en todo su ser.

Ella, con una mano en mi pecho y dando un pequeño empujón, hizo que retrocediese un paso, dejando espacio suficiente para que, con su otra mano, se quitase de un solo movimiento su vestido negro. Ante mi aparecieron unos sonrosados pechos, grandes y turgentes; a medida que iba cayendo el vestido, yo iba viendo más de su cuerpo, ahora ese vientre delicado y plano, ese ombligo pequeño y misterioso coronado por un pequeño anillo de metal. Luego su sexo, figura perfecta de geometría triangular.

Me cogió por los pelos y me obligó a que me agachase, yo ya hacía tiempo que me dejaba hacer, me acercó a su dulce tesoro y hundió mi cara en él, evidentemente sabía lo que tenía que hacer. Allí, descubrí que también ese olor lejano estaba presente, mientras con mi lengua y mis labios besaban y lamían, suavemente unas veces, o mordisqueaba con dulzura y cuidado las otras, su delicioso ser. Mi pene estaba a punto de estallar.

No sé cuanto tiempo me obligó a que le hiciese sexo oral, sólo fui consciente que después de un pequeño gemido, tiró de mi otra vez y me besó, me mordió en mi labio inferior haciendo una pequeña llaga donde salía un poco de sangre que, ella, lamió con su lengua.

Me tiró con fuerza hacia el mesado de la cocina, allí me desnudó con una facilidad inhumana, dejando todo mi cuerpo a la vista. Pegó el suyo al mío, notaba su corazón latiendo junto al mío, su respiración entrecortada y jadeante en mi oído, su lengua recorría mi cara, mi cuello, mis pezones, mi vientre, mi piernas hasta que llegó a mi pene, el cual de un solo bocado introdujo en su boca, noté centímetro a centímetro, sus labios recorriéndome, su lengua no dejaba de moverse inquieta y experta. Me daba pequeños mordiscos en la piel, el pellejo y los testículos, un placer entero recorría mi cuerpo.

Me tumbó en el suelo y sentándose sobre mi, se introdujo mi miembro dentro de su húmedo ser mientras con sus labios besaba mis manos, luego comenzó a moverse como un barco movido por las olas, de forma brusca y salvaje, llena de pasión e ira. Todo me daba vueltas, un placer enorme enturbiaba mis sentidos, no era ya casi consciente de lo que estaba sucediendo, de pronto, noté como algo intentaba salir de mí, un orgasmo como nunca sentí me invadió mientras mi visión se nublaba y todo parecía dar vueltas a mi alrededor, en ese momento perdí el conocimiento.

Me desperté en mi cama, a mi lado estaba Lucía, dormida, bañada por los rayos blancos y calidos del sol de la mañana. Yo estaba sudando, mi corazón palpitaba y casi no podía respirar. Todo fue un sueño, me decía mientras intentaba convencerme a mi mismo, un dulce sueño erótico nada más; sin embargo, no podía dejar de oler aquel aroma intenso, aquel perfume embriagador y extraño. A parte de un pequeña herida en mi labio inferior. Lucía se despertó y mientras me daba un beso me decía que tenía cara de haber visto un fantasma.

¿Libre? ¿Sincero?

Dice un sabio amigo mío parafraseando un dialogo de Matrix: “¿crees en el destino, Neo? No. ¿Por qué? No me gusta la idea de no ser yo quien controle mi vida. No funciona, que no creas en una cosa no quiere decir que no exista, cada vez estoy más convencido en que todos venimos aquí con un plan fijado y que lo único que podemos hacer son pequeñas variaciones en el camino que nos marca el destino.” Dice también: “vivir engañándose a uno mismo es lo mejor del mundo”. Resumiendo: no somos libres, somos tan poco libres que incluso uno debe engañarse a sí mismo para poder ser feliz. Yo pregunto: ¿Cómo vivir sabiendo que no soy libre? ¿Cómo mirar mi reflejo en un espejo y no sentir nauseas por mentirme?.

Las respuestas no son fáciles, ni únicas, incluso dudo de que existan verdaderas respuestas a estas preguntas. ¿Soy libre?, creo que si, soy tan libre que toda la vida es un camino para aprender que debemos ser responsables de nuestros actos. De hecho, somos tan libres que dice Georges Perec: “El problema de la elección, el problema de la vida entera.” El destino no está escrito en ningún sitio, porque de ser así, no tendría sentido que la libertad exista, no serviría de nada que tenga que tomar decisiones en todo momento, bastaría con sentarme bajo un árbol y esperar que mi destino se cumpla, no tengo porque hacer nada, todo ocurrirá lo quiera o no. Aceptar un destino supone aceptar la existencia de un orden preestablecido, supone que debe haber alguien que haya decidido un papel para mi, es creer que mis actos no tienen ninguna consecuencia, es no querer aceptar responsabilidades, negarse a aceptarlas.

¿Se es feliz engañándose uno a si mismo?, humildemente creo que no. La situación debe ser tan insoportable, que no creo que ningún ser humano soporte tal cantidad de cinismo e hipocresía sobre su propia forma de actuar. Además, es imposible engañarse a uno mismo, es la cuadratura del círculo, algo imposible; pues cuando actúo de forma incorrecta con mi forma auténtica de ser, soy consciente de que lo estoy haciendo, por lo tanto ya no puedo engañarme. Resulta tan duro mirarse al espejo y no gustarse, es realmente difícil comprobar que no somos la persona que deseamos ser, que no nos gusta como actuamos, etc. etc. Dice Sartre en su obra La náusea: “No puedo decir que me sienta aligerado, ni contento; al contrario, eso me aplasta; he comprendido todo lo que me ha sucedido desde el mes de enero. La náusea no me ha abandonado y no creo que me abandone tan pronto; pero yo no la soporto, ya no es una enfermedad ni un acceso pasajero: soy yo.”

Pues si sé todo esto, por qué no puedo sentirme libre y no ser capaz de actuar como realmente mis sentimientos lo exigen, pues no tengo la menor idea. Quizás las palabras de mi sabio amigo tengan algo de razón. ¿Tienes tú la respuesta?.

Sunday, October 02, 2005

Una historia de verdad

Lo encontré una tarde de sábado oscura y fría, con un cielo encapotado de nubes y pequeñas gotas de lluvia presagiando lo que podía llegar a ocurrir. Estaba sentado tranquilamente con las manos sobre sus rodillas, mirando el mar con los ojos muy abiertos. Viéndolo, daba la sensación que el tiempo se había detenido para él, nada ni nadie podían interrumpir la armonía que parecía emanar, de hecho, la gente pasaba a su vera, sin percatarse de su presencia, caminando como sólo se camina ahora, deprisa y con el desasosiego del viajero que no sabe nunca a donde va. Aún hoy no sé que me llevó a mirar en esa dirección y toparme con su figura, fuese lo que fuese, sólo sé que de golpe, me sentí invadido por la necesidad de saber en que pensaba ese hombre para transmitir esa tranquilad.

Mi mente empezó a recordar esas historias de viejos marineros que jamás pueden olvidar su pasado vinculado al mar, historias de hombres que han vivido más años en un barco que en tierra firme, marineros que en sucias y hediondas tabernas cuentas sus vidas por una botella de whisky. Sin embargo, él no parecía de esos hombres, no tenía en sus ojos la melancolía de una juventud ya perdida, no, sus ojos respiran un brillo de esperanza que se escapaba a mi comprensión. Imaginé quizás, que recordaba a bellas mujeres conocidas en puertos donde, después de meses de trabajo, atracaba para descansar y buscar un poco de diversión. Si, quizás sea eso, a lo mejor ahora mismo recuerda a una dulce muchacha de rasgos lejanos y olores exóticos, de cuerpo suave y voz embriagadora, una mujer a la cual deseó toda una noche pero nunca llegó a amar. Puede ser que recuerde las veces que luchó, mano a mano, con el mar; en tormentas donde toda su furia y tesón iban dirigidas a vencer a un enemigo poderoso y poco fiel: le veo recogiendo las velas para que no las rasgase el viento, agarrando con fuerza el timón para que el mar sepa supiera quien era de verdad el dueño del barco, mojado desde la cabeza a los pies y rechinando sus dientes.

Llevaba ya un tiempo elucubrando motivos que no me percaté que el hombre me miraba ahora a mi, me quedé de piedra y deseaba que me tragase la tierra, no sabía como reaccionar. Levantó una mano y dijo que me acercase, al principio dudé, pero la curiosidad me comía por dentro, tenía que preguntarle en que pensaba. Mientras me acercaba, el hombre se levantó y a llegar junto a él, me tendió la mano presentándose. Lógicamente, también me presenté. Descubrí que se llamaba Andrés, que se había sorprendido cuando me vio mirándole fijamente durante un buen rato, un poco avergonzado y con la voz un poco temblorosa, le conté lo que había estado haciendo. Justo en ese momento, soltó una gran carcajada, me sentí un poco ofendido en ese momento, sin embargo, pareció percatarse y se disculpó. Me dijo que debía leer menos novelas de marinos, que esas historias hacía tiempo que no pasaban y ya no quedaban hombres así, y mucho menos mujeres tan bellas y sensuales. Nos reímos.

Volviéndose de nuevo hacia el horizonte, mirando al mar de nuevo, me dijo que si realmente quería conocer en que pensaba, conteste que me gustaría muchísimo y que me perdonase por entrometerme en su intimidad. Entonces se quedó callado un rato, como si estuviese buscando las pablaras adecuadas mientras, sus manos surcadas por miles de grietas, signos de su edad, se coloraron de nuevo sobre sus rodillas. Al cabo de un tiempo, se acerco a mí y susurrando a mi oído me hizo prometer una cosa, que jamás debería contar a nadie lo que me iba a revelar, me dejó muy sorprendido, pero acepté la promesa. Me contó entonces, durante unos cuantos minutos, la causa de su tranquilad, yo escuchaba atento, impresionado y nervioso; al acabar, se levantó, me miró y riéndose se marchó caminando lentamente por el puerto mientras comenzaba a llover. Yo me quedé sentado, mirando el mar, no me importaba que estuviese lloviendo, no me importaba que la gente pasara corriendo a mi alrededor para guarecerse de la lluvia; lo único que sentía era que una sensación enorme de tranquilad me invadía y hacía que mis ojos sólo pudiesen mirar al mar.

Una flor de papel

Para un escritor de un rincón barrido, esperando que encuentre las musas que parecen serle esquivas. Recuerdo que cuando lo leíste te gustó, espero te sirva como me sirvió a mi para empezar a escribir de nuevo.

La flor más bonita del jardín no tiene porque ser la más vistosa, algunas veces, la más fea esconde la belleza del regalo, de la ilusión, de ser la elegida para llenarla de sonrisas; entonces, la flor más fea se convierte, aunque sea flor de papel, en rosal de rosas rojas que no puedes dejar de mirar.
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