Thursday, December 11, 2014

La ventana

Era preciosa. La veía una y otra vez desde la ventana de su casa y cada vez que la miraba, no podía evitar sentir un torbellino de sensaciones que recorrían todo su cuerpo desde el primer pelo de su cabeza hasta la última parte de la piel de su pie.

Se sentaba siempre en el mismo banco de madera, el que estaba situado cerquita de la pequeña fuente de la que brotaba un constante, pero fino chorro de agua. Rodeando a la fuente, un pequeño jardín con césped y tapizado con rosas, azucenas, petunias, camelias y algún que otro tulipán. El sol de la mañana daba un brillo dorado a la escena y seguramente, pensaba él, permitiría que el frío del invierno fuese menos duro, al calentar con suavidad su rostro y sus manos.

Siempre repetía la misma rutina. Llegaba pausada, tranquila, vestida ahora con gorro, una bufanda, guantes, un buen abrigo y unos pantalones vaqueros. Llevaba consigo un pequeño bolso del que sacaba un libro, mientras que con su mano derecha, depositaba en el banco un vaso de papel que podía contener una bebida caliente. Él se imaginaba, dependiendo de su ropa, el contenido de aquel siempre presente vaso. Si vestía tonos ocres y marrones, se la imaginaba tomando un amargo y potente café; si por el contrario, optaba por algo más tradicional y elegante, creía que era un té, un buen té inglés como le gustaba él, con ese olor de la bergamota ascendiendo lentamente e impregnando el ambiente con su cálido aroma. Sin embargo, era cuando la veía de rojos y blancos, cuando más le gustaba, pues sospechaba entonces que su vaso contenía un dulce chocolate, caliente y cremoso, capaz de hacer entrar en calor su cuerpecito a pesar del frío invernal que ya inundaba las calles.

Sentada permanecía durante una hora leyendo y tomando su misteriosa bebida y él, desde la ventana de su casa, la observaba con los ojos bien abiertos, oyendo como su corazón latía sin parar, sabiendo que no era simplemente un capricho, mucho menos un vergonzoso acto de espionaje o voyeurismo. No. Desde el momento en que la vio aparecer el primer día, supo que estaba locamente enamorado de ella. Y esperaba.

Esperaba cada día con ansiedad y un sentimiento de nerviosismo, que ella se presentara a la cita, esa cita a distancia, pero a la vez, tan cercana, tan íntima. Un contacto simplemente roto por una pequeña distancia y una ventana de cristal que, ahora con el invierno, se llenaba de vaho que algunas veces, él tenía que limpiar con su temblorosa mano, dando la sensación mientras lo hacía, que le acariciaba lentamente el cabello.

 Odiaba los días que la lluvia le impedía verla, pero aún así, se asomaba y se quedaba esperando que ella viniese igualmente. Sabía que no, pero su corazón se negaba a abandonar aquella pobre e inútil esperanza.

Hoy, por suerte para él, lucía un fantástico sol que llenaba de luz y color todo el pequeño jardín, Era como si una pequeña primavera se instalara por un momento delante de su ventana. Entonces, para su tranquilidad, apareció ella, puntual. Vestía un gorro de lana color rojo y acompañaba su abrigo verde oscuro, con una bufanda del mismo rojo que su gorro y unos guantes de color blanco. Repitió el ritual de depositar a su lado derecho el vaso, que hoy, seguro que era de chocolate y sacó el libro de su bolso.

Ahí estaba ella, como todos los días. Con su sonrosada cara acariciada por los calientes rayos del sol, sus suaves manos pasando las páginas del libro o bien, de vez en cuando, acercando a sus labios, el vaso de papel. Si, era todo lo que él lleva tiempo buscando. Sabía, después de tanto tiempo mirándola desde la venta, que hoy sería el día, después de tanto tiempo buscando la valentía para salir de casa y presentarse delante de ella. Sabía que hoy, por fin sería el día que la conocería.

Sin embargo, algo llamó su atención. Un joven que nunca había visto por el pequeño parque se aproximaba por la derecha de la calle que justamente llevaba hacia ella. Cuando el joven se encontró delante de su muchacha, le sonrió, le hablo algo que no pudo oír y ella, le hizo sitio para que sentará a su lado.

No daba crédito a lo que estaba viendo. No quería creerse por completo la escena que allí, delante de su ventana, se estaba desarrollando. No quería, pero por mucho que su cabeza se negara a aceptarlo, algo en su interior le decía que la había perdido, le decía que ella ya no volvería a sentarse nunca más ese ese banco, ese mismo banco rodeado de flores y con una fuente pequeña. Ese banco en el que ella, día tras día, tomaba de un vaso de papel una bebida caliente mientras tranquila y atenta, leía un libro. Sabía que igual que la había encontrado detrás de su ventana, la había perdido por estar demasiado tiempo, detrás de esa misma ventana.

Thursday, December 04, 2014

Horizonte de sucesos

A veces,
entre esa hora que no es ayer ni es mañana,
a veces,
en ese límite de lo que fue y lo que será,
a veces,
es bueno dejarse llevar,
a veces,
es bueno mecerse en tus manos,
dejarse acurrucar por tu abrazo cálido,
tocar con las puntas de los dedos el roce de lo intocable,
dejar que hablen lo que no son palabras,
oír lo que no se puede escuchar,
estar y ser con lo que no es ni está.

A veces,
solo a veces,
cuando llega esa hora,
me dejo regresar a tus brazos,
sabiendo que los volveré a abandonar,
cierro mis ojos para ver,
que en esa frontera donde todo y nada es,
donde fui, donde aún soy y donde todavía seré,
el proyecto inacabado de una potencia,
el límite de una incógnita que tiende al infinito,
la indeterminación de una ecuación.
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