Un aroma lejano llegó a mi nariz, traía consigo imágenes de un paraíso exótico y tropical, de un mar claro y cielo despejado donde el sol no se esconde tras miles de nubes de polución. Me encontraba paseando por la zona vieja de Madrid, ese Madrid de los Austrias que se niega a olvidar un pasado de imperio y gloria, tiempo en donde barcos españoles surcaban todos los mares del mundo, cuando en Europa el sonido del andar de las picas españolas significaba miedo, admiración y respeto. El olor se hizo más fuerte cuando pasé justo por delante de un pequeño restaurante, era hora de comer y mi estomago decidió protestar por el poco caso que le hacía, decidí por tanto entrar y satisfacer tanto mi hambre como mi curiosidad por ese perfume tan llamativo y extraño.
No era un restaurante presuntuoso y superficial, como los que ahora están de moda en cualquier capital del mundo. Su fachada era simple y cuidada, una cristalera limpia decorada con una cortina blanca, en su cristal un mapa mundo dibujado y el nombre del establecimiento, poco más. La entrada estaba flanqueada por una puerta de madera agujereada llena de cristales traslucidos pequeños; al abrirla, el olor se hizo mucho más intenso, penetrante, casi embriagador, todos mis sentidos, pero sobre todo el olfato, se pusieron en alerta, una sensación extraña me invadió, era como si entrase en otro lugar, como al haber traspasado la puerta hubiese dejado atrás una realidad para entrar en otra diferente.
El restaurante contaba con unas seis o siete mesas, todas ellas preparadas para recibir a comensales dispuestos a dejarse llevar por manjares que ese olor parecía anunciar. Al fondo, una barra y unos cuantos taburetes, las botellas detrás colocadas en un orden casi marcial, desde luego, la majestuosidad del local no provenía de su exuberante decoración, sino de la sensación de orden y limpieza que transmitía en su conjunto.
Llevaba ya unos minutos esperando en la entrada, sin embargo me sorprendió que nadie me recibiese aún, decidí acercarme a la barra, donde había un vaso con hielo y una botella de whisky, por su colocación parecía que estaban puestos allí para que me sirviese personalmente; mi curiosidad aumentó a medida que también crecía mi extrañeza. Decidí llamar a alguien, esperé la respuesta, volví a llamar y recibí la misma contestación, silencio.
A mi derecha parecía que se encontraba la entrada a la cocina, lo deduje por la típica puerta blanca sin picaporte y unos grandes cristales en forma de círculo, que daban la sensación de ojos que me vigilaban. Sin embargo, no parecía escucharse nada, ni gente hablando, ni ollas a fuego, nada de nada, lo único que seguía presente era ese profundo aroma a mar y sal, a cielo azul y sol cálido. Pensé que posiblemente el encargado estaba en el servicio, espere unos minutos pero no escuché ni tirar de la cadena ni nada parecido. Me bebí un vaso de whisky de un golpe, pues empezaba a encontrarme algo nervioso y asustado.
Las dudas me asaltaron, ¿debía entrar en la cocina o no?, seguro que allí había alguien y no se había percatado de mi presencia a lo mejor por estar concentrado haciendo alguna tarea, recordé que también Lucía cocinaba con los walkman escuchando música y no se enteraba cuando yo llegaba a casa, pero esta idea era más una esperanza vana que una posible explicación a lo que estaba sucediendo. Poco a poco y lentamente, como si pisase sobre una alfombra de flores, me acerqué a la cocina, posé la mano en la fría puerta y abrí muy lentamente asomando primero la cabeza, para descubrir que allí tampoco había nadie. Ya dentro, la cocina estaba vacía, sin embargo, había una olla al fuego, un plato a lo lejos indicaba que se estaba haciendo una comida y, como no, el olor, ese aroma que desde la calle me acompañaba, estaba presente también aquí.
De repente, la puerta de la cocina se abrió bruscamente, tras ella apareció una mujer alta y hermosa. Su larga cabellera morena caía sobre su cara como olas sobre la arena del mar, sus ojos negros eran como carbón preparado para hacer fuego, con su mano, una mano blanca y con largos dedos me indicó que no gritase. Aunque quisiese hacerlo, algo me impedía hacerlo, estaba paralizado por la sorpresa y el miedo, sin embargo, había algo en ella que me obnubilaba, que me obligaba a permanecer quieto y tranquilo.
Se fue acercando lentamente, moviendo las caderas de una forma segura y sensual, con cada paso, su vestido largo de color negro se movía al compás de su andar, en cada zancada observaba a través del corte de su traje en el lado derecho, una pierna pálida, suave y increíblemente apetitosa.
Al llegar a mi lado, me rodeó con sus brazos, se acercó muy despacioo, me dio un largo beso en mi cuello, yo seguía sin poder reaccionar, pero me dí cuenta de que el aroma que llevaba aturdiendo mis sentidos desde el inicio provenía de su largo y precioso cuello. No pude contenerme y lo besé, lo hice con una mezcla entre pasión y ansiedad, no me acordaba de nada ni de nadie, mi intención era una y clara, poseer a esa mujer en todo su ser.
Ella, con una mano en mi pecho y dando un pequeño empujón, hizo que retrocediese un paso, dejando espacio suficiente para que, con su otra mano, se quitase de un solo movimiento su vestido negro. Ante mi aparecieron unos sonrosados pechos, grandes y turgentes; a medida que iba cayendo el vestido, yo iba viendo más de su cuerpo, ahora ese vientre delicado y plano, ese ombligo pequeño y misterioso coronado por un pequeño anillo de metal. Luego su sexo, figura perfecta de geometría triangular.
Me cogió por los pelos y me obligó a que me agachase, yo ya hacía tiempo que me dejaba hacer, me acercó a su dulce tesoro y hundió mi cara en él, evidentemente sabía lo que tenía que hacer. Allí, descubrí que también ese olor lejano estaba presente, mientras con mi lengua y mis labios besaban y lamían, suavemente unas veces, o mordisqueaba con dulzura y cuidado las otras, su delicioso ser. Mi pene estaba a punto de estallar.
No sé cuanto tiempo me obligó a que le hiciese sexo oral, sólo fui consciente que después de un pequeño gemido, tiró de mi otra vez y me besó, me mordió en mi labio inferior haciendo una pequeña llaga donde salía un poco de sangre que, ella, lamió con su lengua.
Me tiró con fuerza hacia el mesado de la cocina, allí me desnudó con una facilidad inhumana, dejando todo mi cuerpo a la vista. Pegó el suyo al mío, notaba su corazón latiendo junto al mío, su respiración entrecortada y jadeante en mi oído, su lengua recorría mi cara, mi cuello, mis pezones, mi vientre, mi piernas hasta que llegó a mi pene, el cual de un solo bocado introdujo en su boca, noté centímetro a centímetro, sus labios recorriéndome, su lengua no dejaba de moverse inquieta y experta. Me daba pequeños mordiscos en la piel, el pellejo y los testículos, un placer entero recorría mi cuerpo.
Me tumbó en el suelo y sentándose sobre mi, se introdujo mi miembro dentro de su húmedo ser mientras con sus labios besaba mis manos, luego comenzó a moverse como un barco movido por las olas, de forma brusca y salvaje, llena de pasión e ira. Todo me daba vueltas, un placer enorme enturbiaba mis sentidos, no era ya casi consciente de lo que estaba sucediendo, de pronto, noté como algo intentaba salir de mí, un orgasmo como nunca sentí me invadió mientras mi visión se nublaba y todo parecía dar vueltas a mi alrededor, en ese momento perdí el conocimiento.
Me desperté en mi cama, a mi lado estaba Lucía, dormida, bañada por los rayos blancos y calidos del sol de la mañana. Yo estaba sudando, mi corazón palpitaba y casi no podía respirar. Todo fue un sueño, me decía mientras intentaba convencerme a mi mismo, un dulce sueño erótico nada más; sin embargo, no podía dejar de oler aquel aroma intenso, aquel perfume embriagador y extraño. A parte de un pequeña herida en mi labio inferior. Lucía se despertó y mientras me daba un beso me decía que tenía cara de haber visto un fantasma.
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