Ella, la locura, nos concede la verdadera libertad, pues no hace el loco lo que quiere y todos los demás, los “cuerdos”, ciegos ante el vuelo libre, nos conformamos y resignamos, apelando a su comportamiento expresando nuestra ira: ¡Déjalo, está loco!
No contienen la misma raíz la palabra cuerdo y cuerda, no es una cuerda un instrumento para atar, para acortar movimientos, ¿quién ha sido el malvado amo que ha decidido castigarnos atando nuestra voluntad a la cordura?
Es interesante comprobar los efectos beneficiosos de ver escritos los pensamientos que recorren nuestra mente, interesante y aterrador a la vez, pues cuando nuestros ojos leen lo que antes nuestro otro yo pensaba, la parte consciente de nosotros empieza a percatarse de lo difícil que es establecer una frontera entre la cordura y la locura.
¿Estoy acaso yo cuerdo? ¿Estoy acaso yo loco? ¿Estoy acaso? O simplemente soy un pensamiento momentáneo, al cual con el pasar del tiempo, olvidará una mente y jamás volveré a estar, ¿jamás? No lo sé, también cabe la posibilidad de que me convierta en un recuerdo, un simple recuerdo, pero ¿valoramos realmente los recuerdos como se merecen? Porque me hace gracia que los recuerdos sean re con cuerdos, escala musical con cordura; son los recuerdos melodías acaso de los momentos cuerdos de nuestra existencia.
Sin embargo, ¿hasta qué punto nuestros recuerdos son momentos verdaderos de nuestra existencia conservados en su originalidad?, como toda partitura musical, y los recuerdos lo son, existen multitud de posibles acordes; acordes de acuerdo con nuestra cordura, existen otros por nuestra necesidad de recordar acordes que nos permitan la felicidad...
¡Oye tu! ¡Sí, tú!, el que está escribiendo esto, dime: ¿Estoy acaso cuerdo? ¿Estoy acaso loco? ¡Deja de escribir y dame una respuesta, date una respuesta!... ¿Tienes una respuesta?
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