Thursday, May 27, 2010

Dime dos palabras...

No era el más alto, ni el más guapo, ni el más carismático de todos los chicos que asistían al evento, pero desde que lo vio, algo recorrió su cuerpo.Y allí estaba de pie, a unos cuantos metros de él, en ese salón decorado con muebles de Ikea de sillones de plástico amarillo y naranja, una pared con módulos blancos en los cuales hay colocados unos libros, una foto de los anfitriones y una televisión de plasma que ahora mismo está apagada, estado físico y mental que comparte con el electrodoméstico que ocupa ya, el centro de la vida de la mayoría de los mortales. Completaban la decoración del lugar unos grandes ventanales abiertos a su derecha, donde gracias a las cortinas de color blanco recogidas, podía sentir una leve y refrescante brisa que traía consigo ese olor tan característico del verano en Madrid. Desde su llegada a la capital, defiende que el verano en Madrid tiene un aroma único que aún no ha sido capaz de describir con palabras, pero que le afecta de manera muy pronunciada en su estado de ánimo. El verano es que nos amodorra, dicen sus conocidos, sin embargo, sabe perfectamente que no se trata de ese sopor del estío, sino de melancolía.

Incapaz de salir de ese trance frente a ese extraño desconocido y temiendo que descubra su fijación en él, decide acercarse a la blanca estantería, para distraerse leyendo el lomo de los libros allí colocados. Una sonrisa pícara aparece en su rostro, pues la situación le parece cómica, he aquí decenas de libros, algunos leídos, otros olvidados y esperando ser abrazados entre las manos de algún lector fiel. Su imaginación se desata pensando las situaciones que los protagonistas de los títulos que reconoce viven. Así, se ve aventurándose en la selva más tenebrosa y oscura de África, luchando contra un mal demoníaco con agua bendita y estacas de madera mientras recorre las escarpadas y bellas montañas de los Cárpatos, empuñando su espada para no morir en la justa contra el Caballero Negro delante del Rey y toda la corte. Así, entre fantasías y emociones literarias, se percata de que le gustaría que él, su chico misterioso, se decidiese por vivir las mismas aventuras y le llevase a su lado.

Hace tiempo que no participa en ninguna conversación de los tres corrillos que se han formado, estratégicamente, al lado de la mesa de cristal y aluminio llena de bebidas y comida, los sillones donde algunos están sentados y finalmente, el equipo de música donde algunos parecen discutir que canción poner después. Los anfitriones se reparten voluntariosamente entre todos ellos, intentando que la velada sea lo más grata posible para todos. Por suerte, los dueños de la casa conocen sus pequeñas manías y le dejan vagar libremente por el salón, sin molestarle.

Siguiendo el recorrido de los libros allí olvidados, un título le llama la atención, se trata de un tomo viejo, en cartoné de tapas rojas, cosido a mano sin duda y letras en color oro. No conoce al autor y cuando decide abrirlo, se percata de que a su lado acaba de colocarse él. Sus ojos negros, profundos y almendrados se clavan en el libro mientras esboza una sonrisa abierta y sincera. Los nervios recorren su cuerpo y se ve incapaz de contener su timidez, desea salir corriendo, pero no puede, algo se lo impide. Tiene su cara tan cerca que la tez morena de su piel le perturba los sentidos, ya no sólo son sus ojos, sino su nariz casi infantil y su ancho mentón le provocan sentimientos pasionales que pensaba olvidados.

Vuelve la cabeza hacia el libro y lee de nuevo el título del libro que sujeta entre sus temblorosas manos para comprobar que la vida le ha jugado una broma. Al mismo tiempo que en su mente reproduce las letras en oro de la cubierta, escucha que su desconocido dice lo mismo que está leyendo:

- Dime dos palabras....

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