Tuesday, December 27, 2005

Uno

Supongamos que, en un determinado momento, una persona que está escribiendo una carta a otra persona –el sexo o los sexos son irrelevantes – tiene la sospecha, o tal vez simplemente descubre, que está ligeramente bebida. No, no se trata de la embriaguez molesta, ruidosa y repugnante –entre otras cosas por el hecho de que la embriaguez, hipérbole de la existencia, pone al descubierto (se decía en las redacciones) su intrínseca repelencia.

El escribiente, afectado por la revelación de su propia ebriedad, podría simplemente abstenerse de seguir escribiendo. La turbia lucidez de la ebriedad le podría sugerir abstenerse de proseguir la comunicación. Pero, si se abstuviera de seguir escribiendo, daría una interpretación razonable de la irracionalidad típica de la ebriedad; así que sólo podría descender de su trono de escribiente en el caso de que se reconociera a sí mismo como sobrio, interpretación, máscara, falsario de sí mismo ebrio. Pero, a partir del momento en que se ha dado cuenta, o ha creído ser consciente de haberse dado cuenta, de la propia ebriedad, no se propone, no quiere, no tolera renunciar a ella. Y, por lo tanto, de ahora en adelante, su ebriedad será voluntaria, una opción no necesaria, si bien fuertemente aconsejada por la somnolencia, por la irritación moral, por el malestar y el bienestar extrañamente unidos, que en su conjunto considera síntomas de ebriedad. De modo que seguirá escribiendo. Pero ¿deberá escribir de manera especialmente escrupulosa, o, al contrario, de modo inocente, impreciso, propicio al error? Se niega a tomar precauciones, porque sabe, desde siempre, que la cautela tiende al silencio, no ya, por otra parte, al silencio de la abstención, sino a la horrible y brutal abstención de la mordaza. Por otra parte, no le repugna menos la inocencia, en especial la inocencia obtenida con la complicidad de una copa de jugo fermentado. Pero, apenas ha acabado de escribir estas palabras, o de pensarlas, no puede dejar de preguntarse qué otro tipo de inocencia ha existido jamás, si no es ésta, algo tóxica y atolondrada. Así, pues, debe juzgar la inocencia, su propia inocencia. ¿No existe ningún compromiso entre la cobardía de esta inocencia y la dignidad de la mentira? “Querido”, escribe, “si todo es impúdico, excepto la impudicia, ¿no tendrá acaso que perseguir la paz inocente la impudicia?”. Pero las palabras le desafían, y está furioso.

1 comment:

Anonymous said...

Uno... ¿Habrá un Dos, Tres, ...? No sé a donde quieres llegar pero quizá me quede un rato para comprobarlo.

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