Hace calor, mucho calor, todo mi cuerpo está bañado por un mar de sudor cuyas gotas se precipitan contra el suelo desde mi frente. Las llamas del sol queman el cielo, dándole un color rojo que parece que el diablo por fin ha regresado a casa, la arena del desierto quema como las brasas en las noches de San Juan y el agua de nuestras cantimploras se evapora como los lo hacen los riachuelos cuando llega el verano.
Todos éramos conscientes al principio que no iba a ser una tarea fácil, ningún trabajo en nombre de Dios lo es, el espíritu de sacrificio es una parte muy importante para los caballeros del Todopoderoso, por Él y por su Gloria atravesamos el desierto para liberar Jerusalén, su ciudad, su pueblo. Sus hijos no podemos permitir que los infieles profanen con sus ritos y su falso dios
Tres mil hombres oímos la llamada del Señor, hombres humildes, agricultores, herreros, carpinteros, cazadores, condes, duques, reyes, todos escuchamos el mensaje de Dios, todos movidos por su fe, llegamos a la conclusión de que había llegado el momento de luchar. De esas tres mil almas piadosas, solo quedamos mil quinientas, el calor, los bandidos, los peligros del desierto junto con la desilusión, la desesperanza, las deserciones y demás debilidades del alma humana acabaron el trabajo que el desierto empezó
Yo sigo adelante, no tengo nada que perder, ni familia ni amigos ni tengo miedo a morir, mi única meta es alcanzar el perdón del señor, volver a estar en gracia con él, recuperar lo que un día perdí.
-Venga soldados, un poco más y haremos un descanso de veinte minutos, también tendréis derecho a vuestra ración de comida y agua fresca.
Llevo seis semanas escuchando lo mismo, al principio odiaba oír todos los atardeceres lo mismo, luego entendí que mientras las escuchase, seguía vivo.
Detenemos la marcha, los hombres respiran aliviados, un día más que llega a su fin en este infierno, cada uno de ellos sabe que es una pequeña victoria dentro de esta inacabable lucha contra el desierto.
El suboficial de turno ordena que se monten las tiendas de los oficiales, los soldados por supuesto duermen al aire libre, indica también el orden y número de guardias que se deben cumplir hasta el alba, momento en el cual, volveremos a empezar de nuevo la lucha contra este infierno instalado en la tierra.
He tenido suerte, podré dormir toda la noche, esta vez no tengo que hacer guardia y después de un trozo de pan duro, un poco de requesón y un vaso de agua, se da la orden de ir a dormir a la tropa.
Tumbado boca arriba, observo el cielo estrellado, una ligera brisa recorre el campamento, las hogueras bailan al son que marca el viento. Es en estos momentos cuando uno empieza a pensar, a reflexionar si merece la pena; es durante la noche cuando se producen más deserciones, castigadas con la muerte por traición a Dios, y si los soldados de guardia no logran acabar con los traidores, lo hará el desierto, como ocurrió con el grupo de Ortiz, consiguieron escapar sin llamar la atención de los guardas, pero días más tarde encontramos sus cuerpos deshidratados y abrasados por el calor, el capellán de la compañía se negó a enterrarlos bajo tierra, como dicen que deben ser enterrados los cristianos, castigándolos por el gran pecado de traicionar la misión de Dios, como muestra de escarmiento al resto de la tropa; pero no sirvió de nada.
Creo haber dormido unas cinco horas, me desperté por que una conversación lejana perturbó mis sueños, intenté dormir de nuevo pero fui incapaz, decidí entonces acompañar al grupo de compañeros que tampoco era capaz de conciliar el sueño esa noche, al acercarme me quedé petrificado por la imagen que mis ojos estaban observando, pero mi cerebro se negaba a ver; el grupo de Ortiz, todos y cada unos de los que desertaron con él estaban hablando con tres compañeros más, es como si estuviesen intentando convencerlos de algo, les contaban algo sobre una fortaleza a unos kilómetros de aquí, un hombre piadoso y amable que por unas cuantas monedas de oro enviaba de vuelta a casa a todos aquellos que quisieran regresar. Mis compañeros accedieron al fin, prepararon un pequeño equipaje con lo necesario y empezaron a seguir a Ortiz y sus hombres, no sé que maldita razón, motivo o causa me condujo a seguirlos, pero recogí mis cosas y marche detrás de ellos, sin saber lo que me esperaba. Hay decisiones que cuando uno las toma, sabe perfectamente que se está condenando.
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