A un joven colega, por lo que sufrió y consiguió vencer a fuerza de tesón y voluntad. Un día tendrás los ojos que tanto andas buscando...
Llega a casa asustado, otro día más sus pequeños ojos brillan en una mezcla de curiosidad, desconfianza y miedo. Saluda a sus padres con prisa y rápidamente sube a su pequeño cuarto, donde tirado sobre la cama, con la cabeza apoyada en la almohada, unas pequeñas lágrimas empiezan a brotar mientras se pregunta una y otra vez por qué.
Los ojos que mira a hurtadillas en clases le persiguen sin que pueda escapar de ellos, están clavados muy dentro y las sensaciones que se despiertan por ello le sorprenden y asustan. Ve en ellos una pureza antes no vista, una luz tan clara y mágica que invitan en todo momento a caminar por un sendero verde y fresco, con aroma de primavera. Y tiene miedo.
Le gustaría acercarse y decirle todo lo que siente, contarle palabra por palabra todo lo que desde hace meses atrinchera en su pequeño interior. Sueña que un día dejará de escribir notas en una libreta, para hablar cara a cara con los labios que le vuelven loco. Cuantas noches ilusionado confunde realidad y sueño, esperando un gesto, un abrazo, un beso… Pero tiene miedo.
Se vuelve loco pensando por qué a él le tienen que ocurrir esas cosas. Deseaba, es cierto, sentir algo especial por alguien, poder llegar a compartir juegos, risas y muchas cosas más, pero con lo que no contaba era que le gustaría hacerlo con un chico. Eso era lo que más miedo le daba, no entendía como podía estar enamorado de su mejor amigo y compañero de clases, desconocía el momento cuando los ojos que tenía enfrente pasaron de ser los ojos de su amigo a ser los ojos que no le dejaban dormir por la noche. La angustia y el miedo le acompañaban desde entonces, angustia al rechazo y miedo al desprecio. Se repetía que no era un marica de mierda, un maricón de esos al que dan por culo, y lloraba, lloraba porque aun odiándose, no era capaz de evitar la imagen de su desconsuelo.
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