Enciende un cigarrillo y muy despacio, casi con meticulosa sobriedad, pega una calada profunda e intensa. Se levanta y se dirige a la ventana medio abierta, donde unas pequeñas cortinas blancas bailan al son de la brisa nocturna. Desde la cama su figura parece querer competir en palidez con la luna, a excepción de unas sonrojadas mejillas, pruebas de lo que acaba de acontecer. La tela de las cortinas intentan cubrirla, protegerla del frío que hace en la calle, sin embargo, no lo hacen completamente, como si tuviesen miedo de algo, como si tuviesen miedo de ella.
Vuelve acercar lentamente el cigarrillo a sus labios, una brasa intensa brilla en la oscuridad de la habitación. Se gira y con pasos muy cortos se acerca de nuevo hacia la cama, su andar es seguro, firme, confiado, evidentemente, ella es consciente de todo lo que está ocurriendo esta noche. Sus suaves dedos tocan el torso de un hombre que se encuentra atado de pies y manos, él intenta gritar, sin embargo no puede, se encuentra amordazado por un pañuelo de seda que horas antes ella ha introducido en su boca; apaga el cigarrillo en un cenicero y llevando un dedo hacia sus carnosos labios, le indica que no haga ruido, sus ojos negros parecen transmitir tanta confianza que el hombre desiste.
Sus manos recorren el cuello del prisionero, bajan suavemente por su pecho haciendo pequeños giros por sus pezones; sus labios se acercan y con la boca, casi rozando los labios de él, saca el pañuelo con los dientes, lo tira, le besa despacio, como si en cada beso arrebatase del hombre allí atado un poco de su esencia vital; rápidamente salta sobre su vientre y comienza a mover las caderas con suaves y rítmicos movimientos que acaban provocando una erección al amante atado. Ella coge el pene entre sus manos y lo dirige hacia su interior, comenzando una penetración lenta, pausada, notando como cada centímetro de carne se clava dentro de su cuerpo. Él comienza a gemir de placer cuando ella, su asesina, empieza a cabalgar desenfrenadamente arañando su pecho.
El ritmo del acto se incrementa y justamente, cuando el clímax parece que se acerca; ella coge entre sus manos el cuello de su víctima y comienza a presionar fuertemente, sin demostrar piedad, clemencia, sin perder en ningún momento un ápice de fuerza hasta que el orgasmo de él coincide con su muerte.
Enciende un cigarrillo y muy despacio, casi con meticulosa sobriedad, con la seguridad y la confianza que el tiempo atorga a aquellos que llevan años haciendo lo mismo, da una fuerte calada y se despide de su amante con un suave beso en la mejilla. A él lo encontraran mañana, muerto en la cama de un hotel, con una extraña mueca de placer y horror ante lo que ha sufrido. Ella se habrá marchado, ya hace tiempo, en busca de otra presa a la cual poder exprimir todo el placer posible, hasta la última gota, hasta la última bocanada de oxigeno; porque ella no hace más que cumplir fielmente con lo que sus clientes quieren, matarlos de placer.
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Las nubes volaban por encima de la luz de la luna que se intentaba abrir paso entre ellas para observar a quien la miraba.
Estaba encendiendo un cigarro de forma nerviosa. Sus dedos apenas son capaces de apretarlo con la fuerza necesaria para que no se le caiga. Lo aguanta unos segundos entre los dedos mirando hacia el cielo para tranquilizarse y cuando consigue que sus manos no tiemblen enciende el cigarro y le da una honda calada que lo hace brillar. Echando el humo a medias por la boca y por la nariz se da la vuelta para mirar dentro de la habitación; encima de la cama puede encontrar a una chica semidesnuda que descansa apaciblemente bajo las sábanas.
Tras dar la última calada al cigarro y lanzar la colilla por la ventana se acerca a la cama y lentamente destapa a la muchacha que plácidamente duerme. La sábana junto con el edredón están ya a la altura de los tobillos y comienza a besar la piel desde las rodillas en dirección al sexo de la mujer. Cuando alcanza la zona la chica se despierta y le dedica una sonrisa mientras sus manos comienzan a bajar la ropa interior para que él pueda acceder mejor a su interior.
La erección del hombre se hace cada vez mayor. Cuando alcanza la mayor tensión en la erección el hombre coge su pene con la mano y lo dirige hacia la oscuridad del bello púbico.
Al principio el movimiento es lento e insinuante, sin embargo, a medida que la excitación aumentaba los movimientos eran más bruscos y rápidos. De repente el hombre coge la almohada y la coloca sobre la cara exicitada de la chica que en un primer instante no opone resistencia llevada por la excitación. Pero cuando, le empieza a faltar el aire empieza a luchar por librarse de la mordaza que el hombre le ha colocado. Sus uñas rascan la piel del hombre que cuya excitación aumenta a medida que las fuerzas de la chica disminuyen.
En el momento de la eyaculación la mujer deja de luchar mientras un gemido profundo de hombre anuncia el orgasmo. El cuerpo, en ese instante, se estremece; no se sabe si de excitación o de anhelo por vivir.
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