Sobre una mesa de pintado pino
melancólica luz lanza un quinqué,
y un cuarto ni lujoso ni mezquino
a su reflejo pálido se ve.
Suenan las doce en un reloj vecino
y el libro cierra que anhelante lee
un hombre ya caduco, y cuenta atento
del cansado reloj el golpe lento.
Carga después sobre la diestra mano
la ya rugosa y abrumada frente,
y un pensamiento fúnebre, tirano,
fija y domina, al parecer, su mente.
Borrarlo intenta en su ansiedad en vano;
vuelve a leer, y en tanto que obediente
se somete su vista a su porfía,
lanzase a otra región su fantasia.
Y en la silla tomando otra postura,
de golpe el libro y con desdén cerro.
Lóbrega tempestad su frente oscura
en remolinos denso nublo,
y los áridos ojos quemo luego
una sangrienta lágrima de fuego.
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