Tuesday, September 20, 2005

Una carcasa

Descubro una carcasa vacía mientras veo en sus ojos un cuerpo desnudo, mis manos posadas en sus pechos sonrosados y calientes no pueden transmitir nada, ninguna sensación, ningún sentimiento. Estoy vacío, hueco, nada existe dentro de mí, soy un cadáver.

El momento de la revelación, de la terrible y aterradora verdad, sucedió cuando miré sus profundos pozos oscuros de noche eterna, buscaban algo, no sabría decir que, no se puede buscar en algo que no es nada.

Mientras me besa, labios rojos y húmedos que sellan mi boca, una lengua recorre desesperada dentro mía al encuentro de algo perdido, mis movimientos se han convertido ya en algo mecánico, soy un mero títere representado un papel, un rol tantas veces interpretado, que ya no me permite diferenciar entre el actor y la verdadera personalidad, de hecho, ya no existe esta última, el farsante ha ganado.

Soy un cuerpo vacío porque toda mi vida ha estado hueca, sin sentido, todo lo que me rodea no es más que un escenario donde representar un papel donde me he convertido en un experto. Es cierto que cambian los escenarios, los actores, la trama... . Pero desde los primeros momentos de mi inexistente vida he sido un actor, ya en los primeros palcos de representación que suponen la infancia y la adolescencia, la farsa vital primó sobre la dolorosa realidad. Soy, he sido, un personaje amoldado a un guión predeterminado que obliga a la interpretación, el bebé deseado por el amor, si es que éste existe, de una joven pareja; el niño de una madre que observa desesperada como crece y ya no necesita de sus cuidados; el adolescente que rompe con los sueños futuros de un padre incapaz de haber cumplido los suyos; el hermano que compite por el cariño; el amigo de unos amigos que no existen; el estudiante de un futuro lejano e inseguro; el instrumento de placer de hombres y mujeres tan vacíos como yo.

Ella hace tiempo que me dejó solo en la cama, veo su cuerpo blanco al lado de la ventana, está fumando y el humo del cigarro sube en formas incomprensibles hacia el techo, veo su espalda con esa piel tersa y pálida donde uno a uno se marcan los pequeños huesos de su espina dorsal, sus nalgas parecen mostrar una sonrisa grotesca, quizás la única sonrisa con sentido en este mundo. Se da la vuelta, ahora puedo ver sus senos, sus pezones duros, debe hacer frío en la calle, sus brazos se mueven hasta abrazarse en un intento vano de calentar su cuerpo, se dirige hacia mí y se acuesta en la cama, a mi lado, busca calor. Me besa.

Me doy cuenta de que este envoltorio, este papel de regalo que no esconde nada, este cuerpo inútil, está cansado y viejo. Hace tiempo que no busco, harto de haber buscado y no haber hallado.

Hubo un tiempo que buscaba eso que llaman amistad, falso y embustero sentimiento. Nos obliga a compartir esperanzas inexistentes, promesas que jamás podrán ser cumplidas, compromisos que no queremos realizar, ser comprensivos y compartir preocupaciones que, ¡maldita sea!, no nos interesan. La amistad, los amigos, desaparecen cuando ya no necesitamos de ellos, cuando hemos exprimido todo lo que egoístamente nos interesaba. Cuanto tiempo perdido vaciando nuestro más profundo ser en ellos, cuantas lágrimas vertidas por nuestras mejillas y cuantas noches sin dormir con preocupaciones que hacemos nuestras para al final llegar al olvido.

Busqué, como no, también el amor. Deje de hacerlo la primera vez que, en los servicios públicos de una estación de tren, mientras orinaba, note una mirada a mi entrepierna, cuando levante la vista vi a un joven que me proponía una mamada, acepté. Entramos en los reservados del lavado, allí me besó, su barba me rascaba en la cara, sus manos temblorosas, con miedo, recorrían mi cuerpo hasta llegar a mi cinturón, una vez me deshizo de mis pantalones, noté como sus labios y su lengua empezaban a trabajar. Sus ojos miraban hacia arriba, buscaban mi aceptación, unos ojos negros como el carbón, unos ojos que mostraban una noche preciosa y estrellada, en ese momento me corrí. El se fue besando mi mejilla; solo en un pequeño habitáculo, sucio por restos de orín, con olor insoportable, con los pantalones bajados, me encontré deseando volver a ver esos ojos tan bellos.

Él fue uno, después hubo más, tanto hombres como mujeres. Recuerdo un ella. Era la cosa más bella que mis ojos han visto, dulce, amable, suave al tacto como una tela de seda recién comprada, su olor era como un jardín bañado en el roció de una mañana primaveral. Su cuerpo estaba esculpido en un color sonrosado, unos senos dulces como un caramelo, sus labios transmitían tanta pasión que embriagaban todos mis sentidos, poseía unas manos que con gran maestría recorrían todo mi cuerpo provocando todo tipo de sensaciones. Recuerdo como rozaba delicadamente sus dedos por mi espalda. Su sexo volvía loco mi ser, deseaba no abandonar nunca su cuerpo, no dejar nunca de besar ese cuello, de notar al apoyar mi cabeza entre sus pechos como latía su corazón, de llorar al ver el cielo en sus ojos. Era tan perfecta que asustado, no quise que sufriese el dolor y la desesperanza que me acompañaban ya entonces, decidí que prefería recordarla alegre, bella y no llena de odio el día que, por mi culpa, destrozase su vida.

Una vez que la búsqueda de la amistad y el amor resultaron fallidas, pensé que la felicidad podía estar en conocer, en saber. He dedicado mis últimos años de juventud, de vitalidad, de esperanza al estudio. Con el paso del tiempo, he comprobado que tampoco el conocimiento puede llenar lo vacío que estoy. Los libros no ofrecen ya respuestas, el cine no provoca ya en mi sentimientos, la música no despierta sensaciones en mi ser. Después de tantos años estudiando, soy consciente de que no hay futuro, no hay esperanza. Noches enteras de esfuerzo, de trabajo, de superación, de nervios, de desesperación y duda de uno mismo al ver que no cumple con los criterios exigidos, para al final comprobar que el camino es para todos igual: la inestabilidad, el futuro incierto, la soledad.

Ella vuelve a besar mis pezones, noto como su mano agarra mi pene, me hace una paja, poco a poco dirige su boca a él, empieza una mamada. Otra vez interpreto el papel del amante, la rueda gira de nuevo, todo comienza otra vez, una como tantas otras que han pasado y aún tienen que venir.

Mecánicamente, como un robot, frío, vacío, como una máquina programada para el sexo, la tumbo en la cama y la penetro mientras todo vuelve al principio, vuelvo a ver una carcasa vacía mientras miro un cuerpo desnudo en sus ojos, mi cuerpo.

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