El señor apacible y con buenos estudios recorría una avenida arbolada y tranquila cuando oyó un repentino zumbido, como de algo que girara, a su lado; se dio la vuelta para mirar y vio abrirse en el suelo un abismo en forma de embudo; a medida que giraba, el abismo iba ensanchándose, hasta que alcanzó una anchura de tal vez dos metros; y seguía girando. El señor, que no carecía de espíritu de observación, descubrió que el abismo no estaba inmóvil sino que, aunque la cosa pareciera inverosímil, se desplazaba; más exactamente se movía junto a él. Dio algunos pasos, y el abismo le acompañó, dándole, por decirlo de algún modo, la izquierda, por lo que el señor apacible pensó que se trataba de un abismo femenino. Pero ocurrió después que el abismo se colocó delante, casi como para hacerle caer en su hueco, y él tuvo que detenerse. En realidad, no estaba seguro de que el abismo tuviese intenciones de absorberle y suprimirle, pero estaba claro que le gustaba infundirle una sensación de inseguridad y de amenaza inminente. El señor con buenos estudios había oído hablar de los Abismos Custodios que, en la antigüedad, acompañaban a los monjes del desierto, dándoles la doble sensación de ser escoltados y acosados. No sabía si los Abismos Custodios existían todavía; tal vez aquello era un ejemplo, ignoraba si tardío, o el primer indicio del renacimiento de los Abismos. Actuaba con precaución, pero al principio sin temor; comenzó a ponerse nervioso cuando el Abismo cruzó a su izquierda, le rozó luego los tobillos, se alejó bruscamente, se le echó de nuevo encima, parándose a un centímetro de sus pies. El señor estaba menos tranquilo, pero en él se había insinuado una cierta curiosidad. Fue así como se dirigió al Abismo, y le preguntó respetuosamente si le había enviado Dios. El Abismo pareció sorprendido de que se le dirigiese la palabra, y el señor tuvo la impresión de que se ruborizaba. Es posible, pensó el señor, que me haya comportado de manera incorrecta, pero puedo decir que toda la culpa es exclusivamente del Abismo; pensó que se trataba de un Abismo poco serio. Le preguntó, no sin una pizca de insolencia, si se habían conocido anteriormente, si tenían motivos para sentirse autorizados a una cierta intimidad. Después de una breve vacilación, el Abismo le indicó graciosamente que no. El señor avanzó entonces directamente hacia el Abismo, que retrocedió, se apartó, y se quedó mirando pensativamente al señor. El señor prosiguió su camino, y cuando se dio cuenta de que el Abismo había renunciado a seguirle, percibió un agudo y senil malestar.
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