Sunday, December 12, 2010

Pongamos que hablo de Madrid...

Hace frío, debería haber cogido la bufanda. Se nota que el inverno ha llegado ya, pero me encanta sentir el tacto gélido del viento, el vaho saliendo de mi boca y el sabor del café cuando, caliente, reanima cuerpo. Las calles están atestadas de gente yendo y viendo con sus ropas, sus bolsos, sus abrigos, sus gorros, sus guantes y las prisas del que no tiene un lugar a donde ir. Calles llenas de luz, con miles de bombillas rojas, amarillas, verdes, blancas y azules. Me gusta Madrid en Diciembre y me gusta de noche.

Voy sin rumbo fijo, simplemente camino. El reloj marca las diez y media de la noche. Se hace difícil consultar la hora con guantes y abrigo. Sol está repleta de gente. No conozco a nadie. Soy un naufrago en un mar de olas que se mueven sin fin. Oigo risas a lo lejos, voces, una melodía de algún cantante callejero, el llanto de un niño y un murmullo generalizado que inunda toda la plaza dotándola de una sensación acústica única. Sol late, está vivo. Madrid no duerme.

Camino despacio, cabizbajo hacia el Oso y el Madroño. ¿Cuántos sabrán que es realmente una osa? Sin embargo, es lo de menos. Esta estatua tranquiliza mi alma. La resistencia del Madroño aguantando el peso de las poderosas patas de la osa, la energía y la lucha de ésta contra el árbol para lograr los frutos más tiernos de su copa. El bronce está frío, pero da igual. El tacto liso del metal me tranquiliza. Una osa como la Osa Mayor, que guía mi camino, éste que sigue calle arriba, por Alcalá. Me pierdo por dentro para encontrarme con Madrid.

Estoy en el cruce de Gran Vía con Alcalá. Me sorprende la majestuosidad del edificio Metrópolis. Su gran cúpula de pizarra con sus ribetes dorados y el contraste del blanco de su fachada me hechizan. En lo alto, la Victoria Alada. ¡Que gracia! La ciudad me grita su vitalidad, su alegría, su victoria. Y yo no consigo levantar cabeza más allá de mi propia tristeza.

Alguien me ha tocado el hombro. No ha sido algo fortuito. He notado como lo han asido con fuerza. Sin embargo, no veo a nadie conocido. Tengo todo conmigo desde la cartera, el móvil y las llaves de casa. Seguro que habrá sido un choque involuntario. Pero no puedo quitarme la sensación de que alguien me está vigilando.

Lo veo. Me está mirando fijamente. Al otro lado de la calle, enfrente del edificio del Círculo de Bellas Artes. No puede ser él, es imposible, pero ahí está. Con su sonrisa pícara, su misteriosa mirada, ese porte del que no tiene miedo a nada ni a nadie. Mi corazón late con fuerza ante su imagen. Pero no puede ser. ¿Me guiña el ojo? Cruzaré a por él.

Camina deprisa hacia Cibeles. Por más que quiero no logro alcanzarle. Me embarga un sentimiento de desazón y esperanza. Quiero alcanzarle. Quiero tocarle, besarle, decirle que le quiero. ¿Por qué no se detiene? ¿Por qué por más que corro él parece ir más rápido a pesar de que lleva un ligero paso? Huelo tan claro su cuerpo, ese olor amargo y dulce a pesar del tráfico. ¡Maldita sea, voy a perderle!

Tengo a la diosa enfrente. No sé por donde se ha ido. Le he perdido definitivamente. Jadeo por el esfuerzo. He corrido unos metros pero parece que han sido kilómetros. No lo encuentro por ningún lado, sólo veo a la orgullosa Cibeles sobre su carro tirado por leones. Sin embargo, de él no hay rastro. No veo sus profundos ojos negro mirándome por ningún lado. Deseo aún que sus suaves manos tocasen mi cara, mi pelo, que sus labios me besasen, oír en medio de Madrid, el latir de su corazón junto al mío. Pero no está. Únicamente la estatua de esa diosa que me mira desafiante. La diosa de la vida, la muerte y la resurrección.

Madrid de noche. Madrid que no duerme. Madrid que quiere decirme que él no es para mí, que le tengo perdido ya. Que mi vida debe seguir adelante y aceptar su muerte, porque sólo así lograré mi resurrección. Una ciudad que amo que me grita que deje de amar algo que sé inalcanzable, imposible. Duele saber que es así. Le sigo queriendo, amando, deseando con cada uno de los poros de mi piel. El frío me invade ahora. Se que una parte de mí muere con él.



Montaje elaborado por Oso.

1 comment:

Alberto Fernández said...

Y tú que lo digas Oso. ¡Gracias por tu post it! Un abrazo.

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