Thursday, December 09, 2010

Niño

Las doce de la noche y aún no he terminado el informe. Cientos de hojas que no soy capaz de leer, ya que no veo letras sino garabatos. Me duele la cabeza y los ojos en vez de estar colocados en sus cuencas, se clavan como punzantes bolas que ya no soy capaz mantener abiertos más tiempo. Creo que los tengo tan rojos que podría usarlos como un capote para torear. Hace tiempo que tiré los zapatos por la habitación que ni recuerdo por donde están. La corbata sigue intacta pero me asfixia sobremanera, ¿por qué sigo con ella si estoy sólo en el cuarto?. Quizás la metáfora de la argolla que me ata a esta especie de esclavitud pactada y consentida. No sé porque sigo trabajando si no puedo más.

El cuarto es tan indiferente y anodino como todas las habitaciones de hotel por las que deambulo semana si semana también. Una simple cama con sábanas blancas, un pequeño aseo con ducha y miles de toallas, un armario donde colocar los trajes. ¿O los uniformes de trabajo?, colgados con cuidado para que no se arruguen en esas perchas de quita y pon donde la cabeza queda en la barra con la boca abierta, mientras uno sujeta en su mano lo que sería un hombro con un cuello diminuto mientras coloca una camisa blanca.

Me duele la espalda, pero ya no aguanto más sentado. Por la ventana observo unas luces brillantes, adornos navideños, las escaleras de piedra y esa gente joven entrando y saliendo sin parar, haciendo saltar el mecanismo de las puertas. Mañana iré a ese centro comercial, le compraré algo bonito. Paso tanto tiempo fuera que no sé como lo soporta.

No aguanto más. Los zapatos aparecen detrás de la cama, al lado del pequeño mueble con teléfono. Cojo la llave y me voy. Hace frío pero necesito caminar y dejar en blanco mis pensamientos. Siempre me ha hecho gracia el olor de los pasillos de hotel, su estrechez, lo largos que son y observar las diferentes puertas como celdas de una colmena. ¡He aquí las obreras esperando un nuevo día para servir a su reina!

La calle está casi vacía. Lo único que escucho son las risas de los jóvenes que siguen saliendo y entrando. Prefiero caminar por otro sitio, no quiero toparme con nadie, necesito estar solo. Camino sin destino ni meta, veré a donde llego.

Miro el reloj. Son las cuatro. No sé donde estoy, creo que se trata de la zona más apartada del puerto. La niebla me impide ver más allá, es espesa y cubre todo lo que puedo llegar a ver. Sin embargo, oigo una canción a lo lejos. De hecho, la música se dirige hacia mí.

Un niño acaba de salir de la blanca oscuridad y me está mirando. ¿Qué hará a estas horas por aquí? ¿estará perdido? No deja de mirarme, me está poniendo nervioso. Con su abrigo azul, sus guantes negros, los pantalones vaqueros y esa bufanda roja, me siento incómodo. No sé que decir. Le preguntaré algo.

Se adelanta, su voz aguda y dulce me despierta:

- Sé lo te pasa.- Me dice. Se lo que necesitas. Únicamente debes dar respuesta a esta pregunta.- Cariacontecido que no sé que contestarle. Me mira más intensamente.

- ¿Juegas?....

1 comment:

Alberto Fernández said...

Oso: ¡Gracias!, me hace mucha ilusión que te guste. Desde luego no tiene la calidad de tu última entrada, pero para mi significa mucho.

Un abrazo ;)

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