Tuesday, September 14, 2010

La libreta azul.


Y allí sigue la flor de papel después de tanto tiempo, sin marchitarse, sin perder una pizca de su color. Como si el paso del tiempo se hubiese detenido, como si la misma flor de papel fuese tiempo. Un tiempo regalado y conservado.

No era partidario de llevar un diario, ni siquiera un registro de acontecimientos, le parecía una pérdida de tiempo, una batalla perdida para atesorar acontecimientos, hechos que se desvanecen en el pasado y mantenerlos vivos en el presente. Consideraba que era más importante vivir los momentos que recordarlos o intentar rememorarlos posteriormente.

Sin embargo, sabía que no estaba siendo honesto completamente consigo mismo. Atesoraba una libreta azul de la cual no se desprendía nunca y que llevaba a todas partes con él. No era la primera vez que cambiaba de residencia y ello provocaba en él que no se sintiese extraño en ningún lugar, pero a cambio era consciente de que no podía llamar hogar a ningún sitio en los que había estado, estaba ni estará. Y en todos esos viajes y cambios de residencia, lo único que iba siempre en su maleta era esa pequeña, vieja y acartonada libreta azul.

Recordaba perfectamente cuando la compró en un papelería que no se destacaba o diferenciaba por nada especial, era una papelería más como las miles que están abiertas en cualquier ciudad. Entró a comprar la prensa y la vio, y sin saber muy bien por qué, la compró. Al llegar a casa la puso en la repisa del mueble del salón y durante unos días se olvidó de ella.

Una noche después de haber regresado a casa alterado, enfadado y entristecido por los acontecimientos que había vivido unas horas antes, mientras se servía un vaso de whisky en el salón, la vio. Allí estaba en la misma posición que la había dejado días antes. Se levanto del sillón donde estaba recostado y la cogió. Noto el liso contacto de las tapas de cartón en sus manos y el grosor de las hojas ralladas en forma cuadricular. En ese mismo momento mientras sus dedos pasaban hojas y hojas en blanco, sintió la imperiosa necesidad de rellenar esos huecos vacíos.

Buscó rápidamente un bolígrafo en su cuarto y con el corazón alterado, abrió de nuevo la libreta por la primera página y escribió. Al terminar, comprobó que ya no estaba ni alterado, enfadado y triste. No era capaz de recordar  lo que había garabateado en la hoja en blanco, pero había supuesto una cura para sus males.

Desde entonces, la libreta azul se fue llenando de miles de cosas que pegaba como en un mural privado, que nadie más podía observar. Había citas, relatos, recortes de prensa, fotografías, una flor de papel, etc. No eran cosas, no eran recuerdos, para él, eran segundos, minutos, horas congelados y que le pertenecían. Era el tiempo que le habían regalado los demás, el tiempo que se había regalado él. No un pasado que recordar con melancolía en un presente triste y gris mientras se esperaba un futuro mejor. No. Era nada más ni nada menos que TIEMPO.

1 comment:

Alberto Fernández said...

Aún hoy la he vuelto a ojear, releyendo cosas, viendo fotos y anotando algo. Es cierto, que alegrías nos dan.

Un abrazo y gracias por tu post it.

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