Sobre parte de su cara, el constante brillo de la pantalla de su ordenador le da un aspecto tétrico, parecía que estaba contando una historia de terror delante de una hoguera, como en esas acampadas de niño a las cuales él nunca asistió. No por ello sentía que su infancia y adolescencia hubiesen sido tristes. Apartó inmediatamente ese pensamiento de su mente, pues tenía algo más importante de lo que preocuparse.
Vestido con un pequeño boxer violeta que dejaba, mejor dicho, que escondía lo necesario para no estar completamente desnudo; estaba sentado en una silla de oficina, delante de una mesa de madera, la cual estaba situada debajo de la ventana que le enseñaba que allí afuera, ya era de noche. En el suelo, al lado derecho de la silla, una botella vacía de vino dejaba patente que esa noche no podía escribir. La prueba más evidente de ello era la blanca pantalla que le iluminaba ahora ya por completo, después de haberse incorporado y dejar a un lado la copa.
Sus manos se posaron sobre sus sienes, exhaló un suspiro agónico de su interior. Demasiadas cosas dentro para dejarlas aparte y escribir algo para su blog. No deseaba que algo que tanto le costaba esconder, saliese a la luz por culpa de tener que actualizar su bitácora en Internet. La tristeza empezó invadir su cuerpo y luchó como sólo luchan aquellos que tienen miedo de sentir lo que realmente sienten, para no dejar que sus ojos se llenasen de lágrimas. No aguantaba más la situación que desde hacía unos meses, estaba viviendo.
Mientras respiraba profundamente, llenando por completo sus pulmones en cada inspiración y dejando salir poco a poco el aire que tenía dentro suyo, comenzó a oír a lo lejos una melodía. No era capaz de reconocer muy bien de qué se trataba. En un primer momento pensó que la música se colaba en su cuarto desde el exterior, seguro que de algún vehículo cuyo ocupante, deseoso de hacer conocer a todo el mundo sus gustos musicales, tenía el volumen de reproductor por todo lo alto. Sin embargo, con la ventana cerrada, le extraño que pudiese ser esa la explicación a ese extraño pero dulce sonido. Pensó en algún vecino, pero descartó rápidamente ese pensamiento, pues la edad de cualquiera de ellos y las altas horas de la noche hacían imposible esa tesis.
Ahora la música se oía cada vez más cerca, con más nitidez. Reconocía esa melodía, y a cada nota que ahora empezaba a cantar sentía que se le clavaban en su corazón. Cerró fuertemente los ojos y lloró dejando salir todo el dolor que guardaba en su interior, el daño que durante tanto tiempo había ocultado a si mismo y a los demás. Se dejó atrapar y mecer por la voz grave que le cantaba al lado de su oído.... ne me quitte pas... ne me quitte pas....ne me quitte pas
Perdido entre lágrimas, de pié, con los ojos cerrados y meciéndose como un bailarín que espera a la pareja que sabe que nunca va a volver, notó que algo acariciaba sus labios, no quería abrir los ojos, sólo dejarse llevar al fondo del mar en el que estaba.
El beso no podía ser real, pero sentía los labios de la otra persona sobre los suyos, como el dulce sabor que provenía de ellos le llenaban, como un fuego crecía en su boca y apagaba el llover de sus ojos. Ella estaba allí, la sentía, pudo abrazarla, notar el suave cabello sobre su hombro desnudo, el tacto de sus firmes senos sobre su pecho, la caricia de sus delicadas manos sobre su espalda mientras, lentamente, bailaban al son de la melodía que ya poco a poco empezaba a desvanecerse.
Abrió los ojos y se vio delante del espejo del armario. Se sentía abandonado, ridículo y triste. Herido en su orgullo por haberse dejado llevar por un sueño, por la imaginación desbordada de un sueño imposible. Se sentó de nuevo abatido y derrotado enfrente del ordenador. Sin embargo, comprobó que algo había escrito en la pantalla. Leyó cada palabra allí escrita, las leyó una y otra vez....
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