Tuesday, June 01, 2010

Tu peor enemigo, tú mismo

Esta entrada está inspirada gracias al increíble trabajo creativo de una persona con mucho arte y ganas de comunicar, bien sea por escrito o visualmente. No puedo más que dedicársela, agradeciendo que me haya servido su obra para escribir la historia que ahora les presento. Espero que le guste y les guste.

Paseaba despacio, ignorando el paisaje que se desplegaba a su alrededor. Con la mirada clavada en el empedrado, los verdes árboles, el fresco césped y las luces desperdigadas aquí y allá de las farolas no eran capaces de interrumpir sus pensamientos.

Había salido de casa para despejar un poco su confusa mente, pues llevaba ya varios días dando vueltas y más vueltas al mismo tema. Estaba tan obsesionado y preocupado que salió sin despedirse de su hermano, que por aquel entonces estaba contestando a unos correos en su ordenador. Pero si se aseguró de llevar consigo las llaves y su cámara fotográfica, guardada en su funda de color negro. Su intención era poder sacar unas fotos del Retiro de noche. La fotografía era una mezcla de hobby y actividad catártica que le tranquilizaba y permitía recuperar la serenidad. También ayudaba, claro está, los largos paseos para conseguir la instantánea deseada. Horas de caminatas conociendo una ciudad que para él abría paisajes desconocidos para la mayoría. Disfrutaba de Madrid, porque era capaz de verla con los ojos del que quiere conocer el auténtica alma de la capital, el deseo de captar sus rincones, tanto los habituales como aquellos únicos y especiales, que sólo se acaban por conocer después de mucho tiempo paseando por entre las venas de este cuerpo lleno de vida palpitante que es la villa.

Ese atardecer se había preparado a conciencia a pesar de las prisas con las que salió de casa. Una ropa cómoda y fresca para soportar ya el calor casi veraniego que baña la ciudad. Un pantalón hasta las rodillas, de color marrón claro y cruzado por rayas verticales y horizontales de color más oscuro; una camiseta casi del mismo color que el pantalón, con rayas rojas horizontales; unos pequeños calcetines blancos que no llegan a cubrir los tobillos y unas zapatillas sin cordones de color azul. Esta claro que no necesitaba de mucho equipaje para lanzarse a la aventura de descubrir Madrid y también, como no, su yo interno.

Seguía ensimismado en sus pensamientos cuando un pequeño ruido le llamó la atención, miró atrás y no vio nada más que el camino de árboles, farolas encendidas y sombras proyectadas de los primeros por las luces de las segundas. Sin embargo, comenzó a invadirle la sensación nada acogedora y agradable de sentirse vigilado y seguido por alguien. Intentó tranquilizarse y racionalizar la situación, se dijo que muchas veces tenemos esa misa sensación y nunca ocurre nada, pero oyó de nuevo el mismo ruido y, otra vez volvió a girar la cabeza atrás para, ya asustado, encontrarse con el mismo desolador y solitario paisaje anterior.

Comenzó a caminar un poco más deprisa, su respiración era cada vez más agitada y sus latidos comenzaban a sentirse cada vez más fuertes en su pecho, desde luego estaba asustado. Empezó a maldecir el poco provecho de las fotos que había sacado, lo inútil del paseo para haber aclarado su preocupada mente y por si todo ello no hubiese sido suficiente, ahora se encontraba con la horrible imagen de sentirse perseguido.
Cada paso que daba aumentaba su agitación y también oía más cerca y más fuertes el ruido que iba detrás de él sin dejarle un respiro. Se detuvo con toda la valentía que fue capaz de reunir y echó otra mirada a su espalda para, aterrado, volver a toparse con nada.

Sin embargo, cuando miró de nuevo al frente, la imagen que apareció delante suya le paralizó, la sorpresa se unió a la incomprensión y el miedo dejando su cuerpo totalmente helado, incapaz del más mínimo movimiento. Su cabeza no reaccionaba y no quería creerse al ser que tenía enfrente suya. Lo único que notaba eran sus fuertes latidos en su pecho, con una cadencia que se clavaba en su sien y en su oído; y su respiración entrecortada, rápida y incapaz de llenar de suficiente aire sus pulmones como para tranquilizarle.

De golpe, intenta retroceder, tropieza y se cae al suelo de espaldas, levanta las manos para intentar parar no se sabe muy bien qué de su horrible visión, mientras su cara se contrae en una mueca de sorpresa y horror.
La extraña figura le observa atentamente con un rostro frío, cruel y sin un ápice de misericordia o perdón; levanta sus manos, las une y formando lo que sería un arma de fuego con los dedos, le apunta directamente a su corazón.

Tu peor enemigo, tú mismo...

1 comment:

Alberto Fernández said...

Oso: Y por lo que veo, no creo que sea el último :D

Gracias por tu post it y tu tiempo. Un abrazo

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