Es difícil mantener la calma y no reflexionar sobre el asunto, cuando a uno le repiten hasta la saciedad, que ha errado al marcharse a Madrid.
Cuando esas voces provienen de la familia quizás se soporten mejor, pues uno es consciente que unos padres desean tener lo más cerca posible a sus hijos. Sobre todo, cuando éstos viven en una gran ciudad donde los primeros únicamente perciben peligros y amenazas. Si a ello se suma una experiencia negativa como la relatada en la entrada anterior, se comprende mejor aún los miedos, reticencias y ruegos de un padre o una madre para dejar la aventura capitalina y volver a casa.
Sin embargo, cuando amigos, conocidos y gente cercana repite el tema como el estribillo de una canción de verano, la cosa alcanza cotas insoportables que pueden hacer flaquear a uno. Y lo que es peor de todo, hacerle creeer que ha errado. ¿Es eso malo?
No. Eso es lo que la gente no entiende. Aunque personalmente no creo que me haya equivocado eligiendo Madrid como mi destino por unos años (nada en mi es eterno, excepto mi lealtad a mis seres queridos y ciertos valores); si el resultado de mi decisión ha sido un error, no debe uno regresar con el rabo entre las piernas. Suponiendo que me haya equivocado, pero yo no lo siento así.
He tenido tiempo suficiente esta semana para pensar al respecto. Para algunos la agresión que sufrí y el término de mi contrato laboral pueden parecerles motivos suficientes para el regreso. No voy a discutir esos puntos, pues cada uno tiene sus soportes de resistencia. Para mí, desde luego no son motivo suficiente para volver a casa.
La agresión que he sufrido no sé da en Madrid porque la capital sea un sitio peligroso o conflictivo, sino porque el destino tenía guardada esa carta para mí. Además, nadie está a salvo de ese tipo de situaciones por el mero hecho de vivir en un lugar o en otro. Madrid, negarlo sería ser un ciego, tiene sus riesgos y sus peligros, como cualquier otra gran ciudad, pero uno no debe ser esclavo del miedo y vivir encerrado, porque esos temores nos haran prisioneros en cualquier lugar del mundo.
A cambio, el abanico de posibilidades y vida que ofrece la capital es inmenso. Madrid es una ciudad palpitante, viva, llena de energía y ganas y eso es algo que se nota en cualquier rincón. Muchos dicen que no tiene el encanto monumental de las viejas ciudades de interior ni la belleza de un mar como las costeras. Otros arguyen que Barcelona tiene más alma, que Sevilla sigue con su magia y su duende, que Valencia ha despertado al Mediterráneo y deslumbra, Bilbao ha renacido desde el Guggenheim o que en A Coruña yo he dejado mis mejores años e incontables amigos. Es cierto. Pero Madrid cautiva de una forma misteriosa.
En sus calles hay historia para quien quiera verla. Desde ese centro arquitectónico de los Austria que es una maravilla hasta el nuevo centro financiero, desde Chueca hasta las Ventas pasando por el Retiro y la Gran Vía la ciudad tiene mucho que enseñar. Un muy buen amigo mío lleva mucho tiempo caminando, que es como se conoce un lugar y Madrid exigue caminar para conocer sus encantos. Caminando, decía, y fotografiando esos lugares mágicos y llenos de encanto de los que les hablo, aquí una muestra.
Y si la riqueza de Madrid en lo referente a ocio y cultura es incomparable. No ha sido ese el factor determinante para querer quedarme. Vine para estudiar un master y luego marcharme de nuevo. Sin embargo, me quedé. ¿Por qué? Porque descubrí que la ciudad era lo que yo necesitaba. Si, a pesar de los atascos, las aglomeraciones, el calor, los robos y Gallardón.
Y eso que no les cuento los motivos más personales e íntimos de mi decisión, porque las personas que quiero ya las saben y no me apetece escribirlo aquí ahora mismo. Sin ellas, seguiría en Madrid, pero la estencia sería algo más fría y gris.
1 comment:
Efectivamente, y comparto tu punto de vista.
Un abrazo.
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