Thursday, August 17, 2006

Sin inspiración

La botella vacía como único testigo, la pantalla del ordenador brillando en medio de la oscuridad y la brisa entrando por la ventana abierta de par en par. Un jazz meloso y dolorido llena de música una habitación pequeña y desordenada, llena de libros, hojas, papeles escritos y manchados de tinta, algunos de ellos manteniendo un mas que misterioso equilibrio.
Sentado en una dura silla de madera y mimbre, el escritor bebe su última copa de whisky con hielo, más de lo primero que de lo último, posando su mano derecha sobre la sien y mirando con desesperación la pantalla en blanco de su portátil, después de un buen trago, suelta un largo suspiro.
Cinco días piensa, cinco malditos días lleva intentado escribir algo decente pero no puede, algo se atasca entre sus dedos y su cerebro impidiendo que la hoja de Word de la brillante pantalla pierda su insultante virginidad. Cinco malditos días de sudores fríos, enfados, ataques de ira y frustración y sobre todo mucho, mucho alcohol.
Ayer había empezado con algo prometedor, durante una hora estuvo tecleando a un ritmo frenético, parecía que por fin la sequía que sufría llegaba a su fin, pero al cabo de esa hora, miró la pantalla, leyó lo escrito y maldiciendo de tal modo que hasta el propio diablo quedaría avergonzado, bebió un largo trago de whisky y cerró de un golpe la pantalla del portátil. Se quedó quieto y con la mirada perdida en el vacío durante un buen tiempo.
Se levantó y se acercó lentamente a la ventana que dejaba entrar una suave brisa de verano, comprobó como las cortinas se mecían dulcemente por culpa de la pequeña corriente de aire cálido. A lo lejos sólo podía ver el riachuelo que discurría impertérrito y totalmente ajeno a los problemas que le atenazaban, acompañado a los laterales por una hilera de pinos y nogales. El viento traía un olor verde fuerte, de campo, puro, libre de humos y fábricas tan propios de la ciudad. Más tranquilo volvió al ordenador mientras la música seguía sonando.
Levantó la tapa y volvió a leer lo escrito, soltó una maliciosa sonrisa y borró todo lo escrito en la hoja de Word, cogió el vaso de whisky y bebió un poco. Esta noche tampoco parece muy productiva, pensó y se dejó llevar por el jazz y el rumor del viento.
Se negaba a aceptar que su atasco literario se debiese a aquel suceso ocurrido hace seis días, aunque si bien es cierto que desde entonces no era capaz de escribir nada que le gustase y sólo hacía beber y beber.
Su altiva soberbia mezclada con cierto sentido exaltado de orgullo y narcisismo le impedía reconocer, mejor dicho, le llevaba a creerse que lo ocurrido entonces no le afectaba, y luchaba con todo lo que tenía a su alcance para que así fuese; sin embargo, tampoco podía dejar de pensar en ello, su más profundo ser sabía que había cometido un error y lo estaba pagando. Por tanto, no se extrañaba que ahora volviese a recordar lo ocurrido.
Hace seis días había salido a dar una vuelta por el pueblo, ya que este se encontraba en fiestas. El pueblo era un pueblo tan típicamente pueblo que lo había elegido para pasar un tiempo de sus vacaciones de verano precisamente por eso, por ser un pueblo que no se destacaba por nada especial. Sus paisanos con boina, sus vacas, sus asnos, sus perros llenos de pulgas, sus calles sin asfaltar y llenas de polvo, sus mujeres con la cabeza cubierta con un pañuelo llevando sobre ellas barreños de patatas, uvas o cualquier hortaliza recogida de sus campos, su taberna con serrín y sus clientes jugando al dominó y a las cartas. El caso es que le pareció perfecto para lo que buscaba, un lugar alejado y silencioso donde poder escribir y leer tranquilo. Consiguió un viejo caserón de una familia que llevaba tiempo en Madrid y mediante unas cuantas llamadas convenció a los dueños para que se lo alquilase los meses de verano.
Llevaba entonces tres días en el pueblo cuando le dijeron que al día siguiente se celebraban las fiestas patronales. En fin, pensó, quizás hablar un poco con los aldeanos no me vendrá mal, a lo mejor alguno conoce alguna historia interesante de la zona o sucesos extraños que merezcan la pena.
Así, la noche de la fiesta bajó desde su caserón al pueblo, pues se encontraba a unos cuantos metros del resto de la aldea. A lo lejos podía escuchar los pasodobles de la orquesta mientras caminaba y miraba el despejado y estrellado cielo de verano. De golpe se tropezó con una chiquilla que lloraba agachada en el borde del camino.
Le pidió perdón mientras se ponía de rodillas para mirar si la chica se encontraba bien y de paso averiguar el por qué de ese llanto. Al poner su mano sobre el hombro de la niña, un escalofrío recorrió todo su cuerpo, y una brisa se levanto de forma misteriosa. En ese momento la chica lo miró aún con los ojos todos llenos de lágrimas. Él se quedó petrificado, jamás en su vida había visto unos ojos como aquellos, de profundo y mágico negro. Se sintió de golpe transportado a una noche lejana y extraña, sin estrellas pero no por ello menos bella, los ojos de esa niña transmitían tanta pasión y dolor que notó como algo se aferraba con fuerza a su corazón.
La enigmática chica, sin dejar de mirarle, le cogió la mano de su hombro, levantándose y una vez de pie, le besó la palma de la mano de tal forma, que nuestro perdido escritor sólo atinó a soltar un suspiro. Ella se acercó a su oído y le susurró una frase que aún hoy en día le reconcome: “has tenido la desgracia de conocerme, ahora sólo te quedan dos opciones, o pasar de largo y pensar el resto de tu vida lo que podría haber sido o bien, dejarte llevar y arrepentirte para siempre por haberme conocido y no poder tenerme más veces.”
El pobre escritor decidió dejarse llevar, disfrutar del momento, pensando que no era de esas personas que se enamora tan fácilmente o que se pone a pensar en el pasado de modo melancólico. Durante toda su vida, había conocido a muchas personas, y tal como habían llegado se habían ido sin causar en él el más mínimo pesar o dolor, no podía sospechar que esta vez iba a ser diferente.
Decidido la tomó de la mano y la llevó a su caserón, a su cama, donde con frenesí y una pasión casi desconocida para él, la desnudó, se desnudó y durante toda la noche disfrutó de su cuerpo.
A la mañana siguiente cuando se despertó, ella no estaba en cama, no había rastro de hecho de que una mujer hubiese estado en ese cuarto. Valentón, soberbio y lleno de orgullo se duchó y pensó que ahora nadie podía quitarle lo bailado.
Desde entones hacía cinco noches que no podía hacer más que beber y enfadarse por no escribir nada que mereciese la pena. Y entre copa y copa se repetía la cantinela de que era culpa de la inspiración, que aquella cita extraña para nada le había afectado y que de hecho no la echaba tanto en falta como la chica había pronosticado. Sin embargo, en su más profundo ser, en su alma, unos ojos negros le seguían atenazando, invadiendolo por completo, haciéndolo suspirar cada vez que se acordaba de ellos.
Borracho ya, comprobó que en la pantalla de su portátil empezaban aparecer letras que el no estaba escribiendo. Asustado se alejó un poco y al cabo de un rato vio que alguien o algo estaba escribiendo una frase.
Ebrio como estaba necesitó acercarse un poco a la pantalla para poder leer el mensaje, lo que leyó lo dejo helado, petrificado, con una angustia en su ser que soltando un suspiro profundo comenzó a llorar desconsoladamente….

2 comments:

Anonymous said...

Me gusta la historia, sin embargo tengo dos comentarios: primero, ¿qué pueblo de España, presuponiendo que esté ambientado en España, tiene las calles sin asfaltar y celebre fiestas patronales con orquesta en épocas en las que existen portátiles? Segunda, ¿te patrocina Microsoft?

Un saludo.

rocío said...

Y así me dejas??? Pero chiquillo! que es lo que ponía?
Osú que angustia mas grande pasó el muchacho... si es que hay que tener mucho cuidao con las amistades! ;)
Muy buen relato... esperaremos por aquí la continuación.
Saludos Alberto :)

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