Sunday, April 19, 2015

Reflexiones en torno a Debussy: un amor arabesco.

El amor siempre es un juego sin fin,  unas veces se es el amante y otras veces se es el amado y las menos, amante y amado juegan al mismo tiempo.

Eros, sin duda. Pocos compositores han logrado dar un triunfo tan aplastante a ese dios del amor caprichoso, díscolo, rebelde, pasional, intenso, sensual y sexual como Claude Debussy. Sumergirse en la música del compositor francés no es como esa grandiosidad tonal de Beethoven; ni la divertida e inteligente musicalidad de Mozart; ni incluso voluntaria y desgarrada orquestación como puede proponernos Wagner; no, Debussy nos propone sumergirnos a pequeños pasos, hacerlo de modo que poco a poco, en cada nota, en cada centímetro de agua que nos va cubriendo, sintamos en nuestra piel el contacto del líquido elemento. Se trata de una danza, de un baile, de un ritual arcaico de conexión.

Debussy es el gran compositor de ese Eros porque cada una de sus notas son pequeñas pinceladas, escuetas y sinuosas líneas que se dibujan y re-dibujan, se unen, retuercen, juntan, curvan, giran y se pierden en mil y una formas delicadas y bellas. Su amor es un amor hedonista en el más puro sentido de la palabra, un amor de idas y venidas, de juegos, de sueños y despertares, de impulsos y pulsos, de miradas, susurros y caricias, pero también de besos, de tacto y contacto, de pasión. Como dice el gran Eugenio Trías en su monumental El canto de las sirenas, sobre el sujeto de ese Eros es "El sujeto de un deseo marcadamente erótico y sensual, que se suspende y estanca en su propia delectación narcisista, sin antecedente ni consecuente..."

El amor que nos compone musicalmente Debussy es un amor de constante encuentro y desencuentro, donde el acto de coqueteo es simplemente bello por el mero hecho de lo efímero, sin más, donde la belleza es lo relevante, sin importar más allá razones de peso impuestas por una voluntad marcada hacia un destino, sea éste el que sea. Todo lo contrario, Eros odia la voluntad, allí donde ésta aparece, él desaparece, porque él es libertad, es vaguedad, es agua en constante movimiento sin dirección alguna, es mero juego por el juego. La música de Debussy descubre el tempo, la importancia del tiempo de cada nota en su justo momento, de cada gesto como lo son en el amor que musicalmente representa, cada mirada, cada sonrisa, cada palabra dicha y callada.

Dos amantes que para el compositor francés son dos notas, dos almas tonales que pueden ser dibujadas en infinitud de sonidos fuera de las cadenas de la voluntad, fuera de la escala tradicional, porque esas dos notas, bellas en sí, encuentran su belleza en cada momento, en cada nota justa, en cada sonido que ese instante decida sonar. No hay intención, sino tentación. No hay color dominante, sino colores unidos, mezclados, pintados a trazos suaves y delicados. Es la belleza sin explicación, simplemente porque sí.

Ese amor no pide reglas, pide tiempo. Ese amor no espera resultados, juega sin remisión. Ese amor es un amor callado pero de infinitos mensajes hablados a través de miradas y sonrisas. Un amor donde las palabras están silenciadas porque las frases se componen con los ojos y los labios. Ahí es donde triunfa lo sensual, el goce, el placer, el capricho, el arabesco. Un amor mudo pero intenso en música, porque como bien acertó a comprender Debussy, la música es lo único que puede dibujar al Eros.

1 comment:

Pablo said...

Una entrada maravillosa Alberto. Has captado perfectamente la melodía de Debussy, pero lo que es más, has sabido interpretar mejor aún ese juego de coqueteo y amoríos.

Me veo tan reflejado en tus palabras, en lo que describes, emocionarme con lo que has escrito.

Gracias, veo que algunos si son capaces de entender mi situación.

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