Monday, December 10, 2012

Filosofía, chorizos y un fin de semana.

A Borja y toda su familia por un puente tan especial.

Se acercaba el puente, por delante cuatro días que no sabía como llenar. Sin problema, internet siempre es una solución fantástica para este tipo de situaciones. Al cabo de unos correos con un amigo, llega la respuesta a mis dudas. Un amigo me envía el contacto de unos conocidos suyos, una casa rural en Galicia, cerca de mi casa y que me va a permitir estar tres días, hasta el sábado, y luego pasar el domingo con los mios.

El correo rezaba así: "Familia de Ourense ofrece alojamiento y pensión completa gratuita a cambio de ayuda para realizar las labores de la mata del cerdo para los días 6, 7, y 8 de Diciembre." No me lo pienso, llamo, me informan que efectivamente esas son las codiciones. Lo único que debo pagarme es el billete de autobús hasta la capital del Miño, una vez allí, el hijo mayor, Borja, irá a buscarme para llevarme hasta el pueblo, Casares. Les digo que cuenten conmigo.

El jueves a las 18:00 estoy en la estación de autobuses ourensana, con una amplia sonrisa me recibe Borja que carga mi pequeña maleta en su Land Rover marrón y algo destartelado. El pueblecito se encuentra a unos 36 km, durante el trayecto me explica que su padre había fallecido hace unos meses y unos de sus tíos paternos estaba ingreado en el hospital hacía semanas, viendo que no podían contar con mucha más gente para ayudarles en la matanza, él mismo decidió medio en broma medio en serio, ofrecer entre sus amigos y conocidos la propuesta que yo había recibido. Resulta que Borja era muy amigo de la novia de un amigo de mi amigo de Coruña.

El pueblecito, una veintena de casas tradicionales gallegas de granito, es la típica estampa del rural de Galicia, con sus callejuelas estrechas y retorcidas, puertas abiertas, gente mayor que no conoce otro mundo que el campo y el olor de la montaña, ese olor único y especial de la frescura y el aire totalmente limpio.

Nada más llegar, en la misma puerta están Julián y Marta, los abuelos de Borja, su madre María y su hermano Pablo, que esa misma noche se iba de viaje a Barcelona para buscar trabajo. Me muestran la casa y mi habitación y como no, al pobre animal que al día siguiente, se convertiría en jamones, paletas, chorizos y carne.

Borja me propone dar un paseo, al cual accedo encantado, harto de haber pasado casi ocho horas sentado. Durante el mismo, nos conocemos un poco más, me habla de su familia, de sus estudios de Matemáticas e Historia del Arte en Santiago de Compostela, de como van superando la pérdida de su padre. Me sorprende la calidez, la hospitalidad y la buena energía que desprende.

Casi dos horas y media después de haber salido, regresamos a su casa, donde ya tenían preparada la cena. Toca acostarse temprano, pues mañana el fatídico suceso gorrino será muy temprano, para aprovechar la helada. Resulta que el frío es el mejor aliado para que la carne, una vez despedazado el cerdo, se enfríe cuanto antes y pueda empezar, tanto el proceso de salado como el proceso de picado para llenar los chorizos y demás embutidos que íbamos a preparar.

Poco a poco todos los miembros de la familia se van despidiendo para descansar. Volvemos a quedarnos Borja y yo, momento que aprovecho para contarle que me gustaría subir la experiencia que iba a vivir el fin de semana a mi blog, y si ello se suponía algún tipo de problema. Me contesta que no, que están más que agradecidos por que haya decidido ayudarles en un momento tan duro para ellos. Seguimos hablando y bebiendo vino hasta cerca de las dos de la mañana, instante en que decidimos que ya era hora de irse a la cama. Amablemente me acompaña hasta mi cuarto y se despide.

Acostado, mientras clavo mi mirada en la oscuridad del cuarto, me asaltan las dudas sobre si estaré a la altura, toda la familia de Borja se ha mostrando tan encantadora, que el miedo a defraudarles comenzaba a hacer acto de presencia, decidí ignorarlo y cerrar los ojos, pues dentro de cinco horas, el despertador haría acto de presencia.


Y sonó.....

Y yo tenía pensado publicar el fin de semana que viví con Borja y su familia, pero ha sido tan especial y tan raro, que al final he decidido no contar nada más. La experiencia de la mata, las risas, la dureza del trabajo extenuánte, las agujetas en mis brazos y hombros, los vinos bebidos, las comidas, todo eso quedará en mi memoria. Porque pocas veces he podido disfrutar tanto ayudando y siendo uno más. Y por si todo eso no fuera poco, por las noches lo acompañamos de vino y filosofía.

Ahora pienso que el título de esta entrada debería haber sido: Filosofía, chorizos y un gran fin de semana.

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