Con el paso del tiempo los nervios van creciendo y la tensión aumenta, el mar ya no está tranquilo, las cabezas se mueven como olas en medio de una tempestad. Unas prestas a buscar pupitres lejanos en el intento de encontrar el mapa del tesoro en manos de un pirata vecino, otras resignadas por el fracaso y asumiendo la derrota se impacientan mientras esperan que les llegue su turno de abondar el barco y pasar por la quilla. Se oye también al viento susurrar y en su son trae y lleva dudas mientras devuelve respuestas y soluciones; esa es la suave y ligera brisa del mar.
Un mar que como los otros posee sus propios depredadores, animales fieros dispuestos a arrojar fuera del agua a sus víctimas y acabar de forma sangrienta con ellas. Se agazapan en cualquier esquina, esperan pacientes y se acercan silenciosamente para poder sorprender a la pobre víctima en el último acto de sus vidas.
El risco mientras tanto no deja de observar, desde su privilegiada atalaya, la furia del temporal. Se muestra indiferente al viento, a las olas e incluso a los propios depredadores; se sabe a salvo, seguro de su fuerza. El risco se yergue entre mar porque toda su seguridad es prueba de su desfachatez intelectual. Observa el mar desde el orgullo, la vanidad y la pedantería de saberse a salvo, de pensarse aprobado en este examen, que como un mar, se cobra poco a poco sus víctimas, entre las cuales el risco sueña con no estar.
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