Lo conocí hace ya unos cuantos años, exactamente cuatro, llegó callado, reservado, educado, pero orgulloso, inteligente, divertido, carismático como ninguno y en pocos días nos conquistó a todos con su sonrisa constante, su vitalidad contagiosa y su energía radiante y desbordante.
Luego se marchó, pero él es de esas personas que sabes que nunca se marcha de todo, detrás suya dejó la imagen de una persona que será bienvenida siempre que decida volver. Y no lo digo yo sólo.
Hace un año, sentado desde un rincón, mirando y reflexionando sobre el mundo tanto interior como exterior que le rodea, decidió que tenía muchas cosas que contar, que deseaba hacerlo y que además, tenía algo de talento y estilo para hacerlo. Desde ese momento, poco a poco consiguió que echar de vez en cuando una mirada a su rincón era un placer cotidiano, una sorpresa grata y placentera pues resulta que el chico valía para comunicar.
Y allí sigue, tan alegre como lo conocí, tan orgulloso, divertido, inteligente, educado, carismático y chulo como siempre. Lo veo sentado en el rincón, mirándonos y mirándose, pensando y haciéndonos pensar sobre lo importante que es vivir cada segundo como si fuese el último. Escribiendo con una sonrisa picarona, con unos ojos claros y penetrantes, atentos a cada cosa que pasa por delante de su pequeño pero inmenso rincón.
Imaginate la sorpresa cuando me enteré de que el chico escritor se trataba de un Oso. Un rincón donde un Oso intenta buscar su lugar en el mundo.
A mí sólo me queda agradecerle que me haya permitido entrar en su rincón, desde entonces, el pasarme algunas veces por allí supone una sorpresa por no saber con que nueva marravilla va a sorprendernos este Oso escritor, ingeniero informático, patinador, prácticante de capoeria pero sobre todo, excelente persona y mejor amigo.
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