Wednesday, June 20, 2012

Reuniones, malditas reuniones.

 Dedicado con cariño a todos los que aún no han dejado de luchar por sus sueños...

Doce horas de trabajo y renuniones no pueden ser buenas era la frase que A se venía repitiendo, desde hace casi media hora, como un mantra desde que había salido de la oficina. Cansado, con la cabeza alicaida y los hombros completamente derrotados por el peso del cansancio, miraba sus zapatos negros mientras éstos avanzaban ahora uno, ora el otro, por la gris acera de la calle.

El calor del verano ya casi instalado en la ciudad le pegaba la camisa a la espalda, como si en vez de algodón, la prenda de color blanco estuviese hecha de velcro y mientras la americana gris colgaba de su brazo derecho, el nudo de la corbata azul, que atenazaba como una soga su cuello, se aligeró por el tirón, primero a derecha luego a izquierda, que llevó a cabo con cierta parsimonia y lentitud con la mano que tenía libre.

Los pitidos suaves del móvil que llevaba en su bolsillo derecho le pusieron sobre aviso de la llegada de dos mensajes, pero lo que menos le apetecía en ese preciso momento era leer, sobre todo si se trataba de temas de trabajo y sabiendo como había salido la reunión, era lo más probable. Había llegado a ella con puntualidad y preparado todas las carpetas con la información del proyecto a todos los asistentes. Folios manchados con gráficos, tablas, cuadros, organigramas y demás herramientas supuestamente útiles para alcanzar los cinco puntos finales que el proyecto en concreto aseguraba cumplir.

Poco a poco fueron llegando todos los demás asistentes. El cliente, su jefe de equipo y detrás de ellos el resto de sus compañeros. Se sentaron cada uno en esas sillas negras y enormes ,como si de tronos reales se tratase, y después de un ligero murmullo inicial de saludos y comentarios, todos abrieron sus respectivas carpetas y clavaron su ojos en él. No pudo evitar la sensación de estar delante de un pelotón de linchamiento en el cual todos sus verdugos vestían caros trajes de corte italiano, corbatas de seda y peinados engominados. Era como si todos ellos hubiesen salido del mismo molde, como si todos fuesen producto de una cadena de montaje de muñecos ejecutivos al uso.

Dos horas después de discusiones, reproches, mal entendidos, acusaciones, disculpas y compromisos que sonaban más falsos que los vertidos por un político en campaña electoral, la reunión se dió por terminada. Y todos los presentes se fueron del mismo modo que vinieron. A se quedó allí sentado, mirando al techo y con una preguntan rondado su cabeza una y otra vez, ¿por qué?... ¿por qué?

Ya no es que estuviese cansado físicamente, que lo estaba sin duda, pero a ese agotamiento había que sumar una sensación de derrota y cierta apatía. Llevaba en la firma ya un año y a pesar de las ilusiones y esperanzas que había puesto al comienzo, había acabado sintiendo lo mismo que en su último trabajo. Ésto no era lo que él esperaba para el resto de su vida, ésto no era lo que se veía haciendo un día y otro, así hasta su jubilación o se hartase y se pegase un tiro o saltase, cual película de Hollywood, por la ventada del último piso del alto edificio. Pero, ¿qué podía hacer? Estaba totalmente desorientado.

A A lo que le gustaba era escribir. No podía contener su torrente literario y prueba de ello era que siempre que podía estaba escribiendo. Lo hacía en su blog, lo hacía en casa con su ordenador portátil, en libretas y con bolígrafo porque aún seguía disfrutando del contacto en su mano de la tinta y el papel. Relatos, cuentos, poemas, frases, reflexiones, cartas, su diario. Su imaginación y creatividad eran una auténtica cascada desbordante de historias esculpidas con letras en vez de mármol. Sin embargo, ¿cómo poder vivir, mejor dicho, sobrevivir de su pasión? No, tendría que aguantarse y seguir conformándose con dar rienda suelta a su vena artística en los momentos libres que la rutina le dejaba.

Y mientras caminaba y reflexionaba se topó con un extraño sobre en el suelo que le sacó de sus cavilaciones. Parado frente a esa inesperada sorpresa tirada en la acera, no pudo evitar el impulso de ver de qué se trataba y lo que encontró lo dejó sin aliento.

Era una carta dirigida a su nombre. ¡Cómo era eso posible!. ¿Se le habría caído al cartero mientras buscaba otras cartas? ¿O la había extraviado el destinatario mientras la llevaba al buzón? Le dió la vuelta pero para su sopresa, no constaba ningún nombre ni dirección, nada que le pudiese dar alguna pista sobre quién le enviaba esa mivisa.

La ansiedad se comenzó a apoderar de A y decidió abrirla allí mismo sin esperar un segundo más. Rasgó la parte superior rompiendo parte del sobre y sacó con rapidez el folio perfectamente doblado a la mitad que había en su interior. Lo desdobló y comenzó a leer. Al cabo de unos segundos, empezó a llorar y las lágrimas le resbalaban por la mejillas, cayendo algunas sobre el papel y otras sobre la acera. No podía creer lo que estaba leyendo, simplemente era imposible.

Se sentó en un banco de madera cercano, dejando a un lado su americana y volvió a leer con más calma la carta. Seguía sin entender como aquello era posible. La maldita carta supuestamente estaba escrita por su padre, que había fallecido cinco años antes después de una dolorosa enfermedad. Aquello tenía que ser una broma, una broma de muy mal gusto. Miró a su alrrededor pero no fue capaz de notar algo raro o sospechoso más allá de las miradas extrañadas y sorprendidas de los viandantes cuando lo observaban. Volvió a releer las palabras que había escrito su padre:

"Querido A,

Durante los últimos años he visto como tu alegre mirada y cálida sonrisa se iban apagando poco a poco. Ese niño feliz, inquieto, saltarín, alegre, coqueto e inteligente se fue convirtiendo en un adulto que se olvidó de reír. Lo acepté porque no parabas de decirnos a tu madre y a mí que eras feliz, que te gustaba tu trabajo y que era lo que realmente deseabas hacer. Pero yo sabía que estabas mintiendo, pero de nada hubiese servido enfrentarse a tí, asi que decidí, decidimos, callar.

Luego llegó mi enfermedad, que me postró a la cama y tú te volviste aún más callado y lejano, sé que lo hacías para no preocuparme, para que no sufriese, no querías que tus miedos y dudas agravasen mi situación. ¡Cómo si un padre o una madre no fuesen capaces de percibir los sentimientos de sus hijos! Pero callé porque era tu decisión.

Sin embargo, ahora ya no tengo porque silenciar lo que deseo decirte. A, durante esos cinco años tan duros para mí, la única cosa que me mantenía vivo, la única medicina que calmaba mi intenso dolor eran los relatos que tu madre me imprimía de tu blog, los que leía de las libretas que durante tantos años acumulaste y dejaste en tu habitación. Tus historias, amado hijo, fueron el bálsamo que hizo mis últimos años un camino de felicidad infitina, porque por fin sabía que era lo que te hacía feliz. Por fin conocía aquello que podía devolverte el espíritu de ese niño alegre, inquieto, saltarín...

Asi que, hijo mío, no tengas miedo de vencer lo que está llenando de oscuridad y malestar tu vida. Decídete, como lo has hecho siempre, por aquello que te hace feliz y hace feliz a su vez a todos los que te quieren y aman. Comparte tu don, tu auténtica pasión y haz lo que de verdad deseas hacer. Claro que no será un camino fácil, como nunca lo han sido los que antes has emprendido ¿recuerdas?, pero no olvides lo bien que lo has hecho hasta ahora, cuando has elegido dar el salto, y lo bien que has luchado por conseguir lo que siempre has soñado.

A, no dejes de ser tú mismo, no dejes que nada ni nadie te impida alcanzar tu meta, luchar por tus sueños. A, impide que la derrota se instale en tu ser y dejes de ser feliz, ni siquiera a tu mismo yo le permitas facilitar ese sendero.

Tu padre, que te quiere."

Y A se levantó y comenzó a caminar al fin de nuevo.

1 comment:

Alberto Fernández said...

¡Gracias a ti por regalarme parte de tu tiempo y leerlo David! Pretendía un relato como tú muy bien dices, que llamase a la acción y veo que lo he conseguido.

Sobre ese A, esconde dos cosas, una la has visto claramente, esa "generalidad" o "ser cualquiera" que era lo que pretendía. Y también un homenaje a Kafka que en una de sus novelas, su protagonista se llama simplemente K.

Un abrazo y gracias por pegar tu post it!

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