Las gotas que golpean el cristal de la ventana, deslizándose posteriormente después del choque, en trayectorias quebradizas y aleatorias, me recuerdan que algunas veces nuestras lágrimas más íntimas, no caen por nuestras mejillas cuando lloramos; sino en los días de lluvia donde, sentados y mirando al vacío de un entorno gris, dejamos libre un suspiro mientras nos quitamos la máscara del disfraz de la valentía, más bien del auto-engaño, de lo cotidiano.
¿Hace cuánto tiempo que no mojan las gotas de lluvia tu ventana?
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