Wednesday, March 05, 2008

Un chico del montón

Juan era un soñador que deseaba por encima de todo ser escritor, ver la vida como Machado y llenar el amor de su más alto y completo significado. Por todo ello Juan, joven y tímido, con una mirada penetrarte y limpia, de sonrisa contagiosa y sincera, era antes que nada, antes que escritor, poeta, amante metafísico e incluso joven, era un soñador

No era la primera vez que muchos de sus conocidos le sorprendían ensimismado mirando al cielo, con la mirada perdida en el horizonte mientras se le quemaba una tostada del desayuno, cruzaba una acera, veía pasar un avión o leía un libro. Ellos no comprendían que Juan soñaba con todos los libros que habían sido escritos, aquellos que había leído y los que leería, incluso con los que nunca llegaría a leer por ser esta vida tan perra y corta para tal hazaña; pero también soñaba con los que él escribiría. Imaginaba sus manos en el teclado y su mirada al frente observando una pantalla de color blanco, mientras que como una especie de dios, daba vida a personajes y mundos que sólo existían por unos minutos en su mente, vivos mientras una bocina, el olor a quemado o las sonrisas de unos compañeros no lo devolviesen a la realidad.

También se quedaba en trance cuando veía a una chica que le gustase y muchas veces, cuando una linda mujer le dirigía la palabra, Juan se trasladaba inmediatamente a otro plano de la existencia donde soñaba con el amor. Sin embargo, este sentimiento tan difícil de definir por lo general, se tornaba en la mente de nuestro protagonista en algo incluso más complicado de abarcar. Solía explicar a sus amigos que él tenía la suerte de tener dos capacidades para dotar de significado al amor. La primera era el amor carnal y físico, donde la atracción sexual por el cuerpo femenino cabalgaba a sus anchas y como joven soñador que era, imaginaba las mil y una posturas con las cuales gozaría al lado de una mujer. La segunda trascendía lo terrenal para implantarse en un mundo de placer sexual e intelectual, donde cuerpo y mente se unían en un orgasmo metafísico de claras referencias tántricas; lo malo es que para que eso fuese posible debían juntarse en un solo ente femenino belleza e inteligencia por igual. Exigente en lo que se refería a su experiencia amorosa más espiritual, se lamentaba no haber experimentado nunca ese sentimiento más allá de sus sueños. Al fin y al cabo, como confesaba el propio Juan, no se trataba más que de un chico soñador.

Por lo demás, exceptuando su natural tendencia al despiste, su anhelo de observar la realidad a través de los ojos de Machado y esa teoría del amor digna del mejor místico español de la Edad Media; este chico de cuerpo fino, ojos negros, nariz respingona, mentón fuerte, dedos largos, pelo castaño, tez morena y no muy bajo como para tener que coger de puntillas los libros de la última estantería de su biblioteca favorita, ni tan alto como para obligar a los demás a la extraña sensación de estar hablando cara a cara con un ser corporal sin cabeza, era lo que podíamos llamar un chico del montón.

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