Entró en la estación de metro y miró en la pantalla el tiempo que faltaba para que llegase el siguiente convoy, tres minutos, bien, pensó, a pesar de haber salido tarde del gimnasio solo se retrasaría unos dos o tres minutos nada más. Buscó la cartera y sacó el bono que introdujo en el hueco del torno para que éste le dejase pasar. Bajó las escaleras mecánicas con calma y pensó en lo que había sucedido hoy por la mañana. Aún después de casi doce horas no podía entender la reacción que había tenido ella. Recordaba la escena con total detalle.
Se había levantado como siempre al segundo pitido del despertador, procurando al salir de la cama, no despertarla. Se había calzado las zapatillas, bostezado y mientras se rascaba la cabeza, se dirigió al cuarto de baño para ducharse. Desnudo bajo la cálida agua que caía por todo su cuerpo, se permitió el regalo de no pensar en nada durante unos minutos, le encantaba esa sensación de irse despertando poco a poco bajo el suave tacto del agua cayendo por la cabeza, el cuello, los hombros y la espalda. Pero una mano sinuosa le interrumpió, ella se había despertado y había, por lo visto, decidido tomarse una ducha con él. Desde luego, si había algo que le gustaba más que esa forma de quitarse el sueño, era hacerlo con ella. Su mano recorrió lentamente sus senos y las suyas, con esos largos dedos finos y delicados, su torso. Acercó sus labios a las orejas de ella y con pequeño mordisco le dejó claro sus intenciones, no se marcharía de casa sin poner su granito de arena a la incipiente niebla de vapor que llenaba el cuarto de baño.
Sin embargo, ella retrocedió y salió de la ducha, cogiendo su albornoz blanco y con gestos muy lentos, levantó su cabeza mientras observaba con la mirada perdida el espejo, haciendo caso omiso del reflejo de la imagen que éste ofrecía. Buscó una toalla, se acercó por la espalda y bajando parte del albornoz hasta dejar al descubierto su hombro izquierdo, la besó mientras notaba el húmedo tacto de su piel sobre sus labios. Ella se dió la vuelta, le puso el dedo íncide en los mismos labios que antes la besaban y le dijo no con la cabeza. Entonces, salió del aseo hacia la habitación, se vistió y sacando una pequeña nota del bolsillo de su ajunstado pantalón, se la pasó. Le besó en la mejilla y se marchó.
Petrificado desdobló la hoja y leyó con atención lo que había escrito. No tenía mucho tiempo para reaccionar, pues llegaría tarde al trabajo, pero una profunda sensación de angustia, dolor y miedo apoderaron de él. Se acabó. Eran las únicas palabras que estaban escritas, se acabó.
Durante el resto del día no puedo evitar pensar en aquello una y otra vez, incluso en el gimnasio la imagen de ella, sus gestos, su olor, sus besos, su cuerpo le asaltaban sin cesar. Y ahora mismo, mientras recordaba lo sucedido y se disponía a esperar por el metro, no podia dejar de pensar en ello.
Pero algo extraño llamó su atención, a unos cuantos pasos de distancia suya, algo estaba tirado en el suelo. Se acercó y vió de lo que se trataba, que extraño pensó, nunca se había imaginado que encontraria una cosa así en el suelo de una estación de metro. Se agachó y la recogió.
Al momento, el convoy hizo su entrada deteniéndose delante suya, abrió sus puertas y él entró. Buscó un lugar donde sentarse. No había nadie más en el vagón asi que se sentó en el primer asiento libre que vió. No sabía el por qué, pero el encontrarse aquello le había calmado y por una vez pensaba más en lo que tenía entre manos que en lo sucedido por la mañana. ¿Quién podía haberla perdido? ¿Se le habría caido a alguien? ¿La habrían tirado? Le encantaba preguntarse por la historia que escondían los objetos que le rodeaban y aquel, desde luego, tenía toda la pinta de tener una realmente sugerente.
Mientras le daba vueltas a la cabeza, no se percató de que una mujer se sentó a su lado, sobresaltado por su presencia, la miró y le dedicó una sonrisa amable. No pudo evitar fijarse en ella. Tenía unos profundos ojos negros, oscuros y mágicos, sus labios eran de un rojo intenso y tremendamente carnales. Su perfilada cara estaba bañada por una larga cabellera negra y escondían parte de su cuello. Vestía un sugerente vestido violeta, con un generoso escote que debaja ver un peligroso acantilado entre sus dos turgentes y perfectos pechos. Y al final de ese vestido, aparecían unas piernas, la derecha cruzada sobre la rodilla de su zurda, que estaban invitando a recorrerlas con la mano hasta encontrar el final de aquella sensual y peligrosa senda.
Ella le miró atentamente, clavando esos dos e intensos pozos negros en los suyos, le sonrió y cogiendo con su cálida mano lo que él había encontrado en el suelo de la estación, le besó en los labios, le mordió el cuello con una extraña mezcla de sadismo y delicadeza que le hizo perder el norte. Subió jugetona hasta su oreja le susurró: "¿quieres contarme la historia de esta flor?".
by ToTe
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