Diez kilómetros en cuarenta y tres minutos, eso sale a cuatro con tres minutos el kilómetro, cuenta fácil para mi cabeza, un ritmo fuerte sin duda, sin embargo tengo buenas sensaciones y encima, el pulsómetro las acompaña, da gusto correr cuando cuerpo, mente y esa máquina sin sentimientos van al mismo paso. Ahora solo pienso en disfrutar, ya llegará el momento de tirar de pasión y fuerza, de sufrir y luchar contra un cerebro que se niega a continuar corriendo, no se puede evitar, sé, mejor dicho, conozco en carne propia esa frontera que son los 36, si, el muro de los 36 no se corre con los pies, sino con el corazón.
La llevo delante desde hace unos seis kilómetros y no puedo dejar de mirarla. ¡Qué pensarán de mí si en una maratón dijese que una corredora me está motivando más de la cuenta! ¡Pero es que tiene una forma de correr que me vuelve loco! Esa cadencia sinuosa, sensual y excitante al balancear su cadera, como le acompañan al ritmo sus finas piernas, como se mueven hacia delante y hacia atrás esos morenos brazos y esa coleta, en la que lleva recogida su larga melena, que de un lado hacia otro parecen el metrónomo que dicta el paso a toda la bella sinfonía de su carrea. Lo único que sé de ella es su número y nombre, impresos en el dorsál de su espalda, Marta y 127. No dejes de correr Marta, por favor, si existe belleza en ésto, tú eres la responsable.
¿Será guapa? ¿Llevará gafas o podré ver sus ojos? ¿Tendrá un buen par de tetas? Desde luego tiene un buen culo, ¡ojalá todo esté al mismo nivel! Debería estár más centrado en mi carrera, pero estoy atrapado por tí, ya no corro para llegar a la meta, lo hago para no perderte de vista, para no dejar de ver ese cuerpo en movimiento. ¿Y si apuro el paso y me pongo a su lado? Vaya tontería estoy pensando, como si por ponerme a su vera fuese a mirarme y comenzar una conversación que acabase en donde estoy deseando que acabe, mi casa. ¡Sería la ostia! ¡Cuántos han ligado en una maratón mientras corren! Porque vale que en una boda y con el novio delante tiene merito pero, ¡en plena carrera! Soy un enfermo, pero es que está increíblemente buena.
No vendrá a mi casa, correcto, pero por lo menos sabré cómo es su cara y podré ver si tiene una buena delantera, decidido, Marta, el perro va a atrapar al conejo, y espero que en más de un sentido.
¡Vaya, lo que me hacía falta, es jodidamente guapa! No lleva gafas y a pesar de que no puedo ver bien sus ojos, creo que son negros. Desde luego es una niña morenita de toma pan y moja, Marta Marta, no sabes como estás poniendo a este corredor. No me importaría dejar un rato el camino y dedicarte el tiempo y la energía que te mereces.... ¿me ha mirado?, ¡si, si!, ¡me ha mirado! Puto corazón, llevas 25 kilómetros y justo ahora saltas, dios, si parece que estoy subiendo una montaña, hasta ella debe oír los latidos... ¡Sonrié! ¡Me está sonriendo! ¡Ésto es demasiado, flipa!
Marta, estás provocando al hombre equivocado, porque no entiendo por qué de golpe has bajado tu fantástico ritmo, te has ido hacia la derecha del trayecto y no paras de mirarme. Debemos estar por el kilómetro treinta porque seguimos por Casa de Campo. ¡Ay niña, si sigues así te haría pedirme tiempo detrás de un matorral! ¡Se ha parado! ¿Estará bien?, espera, ¿me ha guiñado un ojo?
Esto lo cuento y no lo creen. Vale que no soy de ir contando mis batallitas, pero ésta la digo y me llaman puto loco. ¡A ver quién se va a creer que me estoy tirando a una corredora detrás de un matorral en plena Casa de Campo, mientras supuestamente hacemos la maratón! Pero desde luego lo que tengo delante de mi naríz son unos labios rojos y carnosos, un olor único mezclado con sudor y no veas como me estoy poniendo. Martita, quizás no acabaremos la maratón, pero te juro que vas a llegar a tu meta más de una vez en esta carrera, porque mira que he corrido por jodidos senderos de montaña, pero nada como las peligrosas laderas de tu cuerpo...
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