Hoy se cumplen cien años de la muerte del autor de una de las novelas góticas más importantes y emblemáticas, Drácula. Celebraciones y recuerdos oficiales a parte, yo haré mi pequeño homenaje a uno de los libros que me inició en la lectura y que me ha acompañado desde hace muchos años. No hablaré de sus valías literarias, que las tiene, ni la transformación del personaje principal en un auténtico icono moderno, ni los temas sociológicos, filosóficos y religiosos que contiene la novela. Hablaré como Drácula me clavó los colmillos hace ya más de 20 años y desde entonces, formo parte de su legión de vampiros.
Rondaba yo los trece o catorce años cuando en una tarde de invierno, aburrido y enfadado por no poder salir a jugar a la calle por la intensa lluvia y el frío, me paseaba habitación tras habitación arrastrando los pies y sacando de quicio a mi abuelo. Las personas mayores adoran las rutinas y yo estaba arruinando una de sus favoritas, la siesta, algo que él no estaba dispuesto a perdonar aunque la víctima se tratase de su propio nieto. Además, él, hombre del campo, duro, recio, de carácter fuerte y viva imagen del gallego luchador, humilde y sacrificado no era capaz de asimilar las quejas y bufidos de un mocoso que simplemente pataleaba por el mal tiempo.
Recuerdo como si hubiese ocurrido hace diez minutos, que me llamó desde donde estaba sentado, en ese butacón pequeño, roído por el uso y del cual poseía la propiedad y el usufructo de manera dictatorial, situado de manera estratégica en el pequeño salón enfrente de la estufa de gas butano que irradiaba de calor toda la estancia. Me miraba enfadado, con esos ojos azules intentos que aún a día de hoy me siguen impresionando. No decía nada y esa situación aumentaba mi nerviosismo pues me esperaba una buena reprimenda y lo peor de todo, es que no sabía el motivo para ello.
Sin dejar de observarme fijamente, se levantó y se dirigió hacia el pequeño armario de madera, un territorio prohibido en el cual mi hermana y yo teníamos vedados cualquier tipo de incursión explorativa, pues se guardaban allí los objetos valiosos de la familia como la vajilla de las fiestas, las fotos de la familia, un bien tan escrupulosamente contabilizado como el chocolate, las diversas botellas de alcohol, una enciclopedia vieja y amarillenta cuyo olor aún sigue impregnado en mi recuerdo y algunos libros.
Una vez allí, buscó algo entre esos volúmenes de lomos diversos, tamaños varios y que nunca habían llamado mucho mi atención. Sacó uno y me enseñó una portada en la cual aparecía un enorme murciélago negro, desplegando unas impresionantes alas y con la boca abierta con unos dientes gigantes que amenazaban con clavarse y morder al mínimo movimiento. Me asusté y mi abuelo no pudo evitar una sonrisita de los que saben que han conseguido lo que buscaban.
Habló muy serio: "Como no dejes de quejarte por todo, caminar como un perdido por toda la casa y refunfuñar por el tiempo, le diré a este vampiro que venga y te chupe la sangre por la noche." Eso me asustó mucho más. Y termino diciendo, "pero si te portas bien, para tu siguiente cumpleaños te regalaré el libro y sabrás como enfrentarte al vampiro y ya no tendrás que tener miedo de que te muerda ninguno, ¿de acuerdo?". No dije nada, se trataba de ese silencio que dice más que mil palabras y mi abuelo entendió perfectamente que yo sabía que me tenía que andar con cuidado.
Pasaron los años y aunque tuve alguna que otra pesadilla con ese enorme vampiro, mi abuelo se olvidó de regalarme por mi cumpleaños el libro y yo tampoco mostré mucho interés por recordárselo, pues prefería el dinero y los caramelos antes que un libro. Pero cuando cumplí 16 años, en un paquete pequeño y envuelto en papel de regalo me lo encontré.
Allí estaba otra vez ese inmenso murciélago y su amenazante semblante. Por aquel entonces, yo comenzaba a leer y por supuesto ya había visto alguna que otra película de Drácula, así que me sorprendió ver que existía un libro sobre una de esas películas que tanto miedo me daban y gustaban a la vez. Es curioso como de pequeños el miedo nos atrae tanto y de mayores nos asusta de verdad.
Mi abuelo me miró con una sonrisa de oreja a oreja y comprendí que ese momento era especial para él y que sería especial para mí en un futuro que ahora no era capaz de atisbar. Me hizo prometer que lo leería y así lo hice. De hecho, lo comencé unos meses después y me cautivó desde la primera hoja.
Desde entonces han pasado muchos años, el libro sigue conmigo y por una extraña razón bibliófila me encanta coleccionar diversas ediciones de Drácula. Mi abuelo me regaló la primera, una edición de bolsillo de 1986 en Plaza y Janés; en 1993 me compré la de Juan Antonio Molina Foix en Cátedra Letras Universales; en 1999 me regalaron la edición de Alianza Editorial; en 2002 Alberto me regaló con una dedicatoria preciosa la edición de Anaya; en 2005 me compré en tapa dura la edición de Mondadori de la cual me fascinó su diseño de portada y por último; en 2007 la que considero la mejor maquetación y edición de Drácula que conozco y que publicó Valdemar y que ha conocido varias re-ediciones.
Esta es la historia de como mi abuelo me convirtió en vampiro y me ha permitido disfrutar desde entonces, de una de las novelas que más me ha impactado y gustado. Es nuestra historia, la que nos unió un poco más e hizo que compartiese con él algo único y mágico, un libro que consideramos nuestro.
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