Eran rojos los pétalos de la rosa que besaba sin cesar. Dulces y embriagadores eran los olores que emanaban de sus estambres y pestilos. Jugaba suavemente rozando las llemas de sus dedos sobre el calíz y el tallo de su cuerpo. No le importaba sentir de vez en cuando, los intensos pinchazos de sus espinas, provocándole pequeñas heridas de las cuales surgían pequeñas gotas de sangre.
Así era la flor que tanto amó. Ahora solo le quedan los recuerdos que esporádicamente, al llegar la primavera, le hacen aflorar los tonos anarajandos, azules y verdes del paisaje, la leve caricia de la brisa en su cara y el olor a una nostalgia que ya no es capaz de ubicar correctamente en las fotografías de su mente. Quizás no fuese así, pero le da igual, le gusta como la recuerda y se siente feliz.
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