Relato escrito e inspirado gracias a las fotos sobre Nueva York que un artista sacó. Los enlaces aquí y aquí.
Dicen que la vida es como una caja de bombones, ¡vaya estupidez! A mi me encanta el dulce y todos los bombones lo son, pero la vida, ¡ay amigo, la vida es dulce y amarga! y eso, maldita sea, es lo que la hace fantástica.
Me gusta reflexionar sobre la vida cuando doy un paseo por esta ciudad que algunos llaman la Gran Manzana y yo llamo mi hogar. Dicen que nunca duerme, que tiene un ritmo frenético y no todo el mundo es capaz de aguantar la endiablada velocidad a la que se mueve. Tonterías. Nadie me va a decir como disfruto mi hogar. Por eso salgo a pasear.
Camino esta urbe despacio porque mi cuerpo hace tiempo que empezó a inclinarse. Problemas de espalda según el médico, ni caso. El universo antes de elevarme al cielo, me ha dado una oportunidad más para disfrutar de lo más cercano a la tierra, por eso clavo mi vista en mis pasos, para ser consciente del maravilloso camino que recorro.
Eso es lo malo de ir con prisa, que no hay tiempo para detenerse. La gente no se para, no ve, no se detiene para paladear, todo se resume en tragar y engullir. Así, lentamente y acompasando mis pequeños pasos, descubro que los personajes de la infancia no solo habitan mi imaginación, sino que también cruzan la calle. Que mi alma sigue viva y las damas guapas siguen haciendo palpitar mi corazón y amaría a todas y cada una de ellas, por lo menos una noche.
Sigo caminando paso a paso y descubro que dos negros pueden pelearse sin crear problemas, que vender cabezas cortadas en la calle no es un delito e incluso que patinar y llevar sombrero no son actividades incompatibles. Y me adentro en un mar de aromas y especies que recuerdan comidas de tierras lejanas, mientras la vida te enseña que mientras algunos comen en la calle otros la aprovechan para poder comer algo gracias a unas monedas. Ese es el lado amargo de la vida, como lo fue la hazaña de los héroes que no queremos olvidar y cuya memoria vive y brilla en una placa que jamás se manchará.
Así voy llegando poco a poco a mi destino, a mi guarida. Lento pero sin pausa, disfrutando de esta casa que es mi cuidad, donde cada uno de los individuos que la habitan son mis vecinos y con ellos comparto esta vida. Una vida que como ya he dicho, no siempre es dulce, pero tampoco siempre amarga. Pero ahora, al llegar a casa, veo que ella me está esperando sentada, tan guapa como siempre, con su mirada perdida y esperando a que regrese de los paseos que tanto le preocupan por lo que pueda pasarme. Y al acercarme a su lado, se levanta y camina hacia mi para darme uno de los bombones más dulce que un hombre pueda probrar.
Quizás la vida si sea como una caja de bombones, quizás...
1 comment:
Oso: Lo difícil lo has hecho tú, al captar como nadie esos momentos, creo que voy a comenzar a denominar a tu arte fotográfico "fotografía del instante" o "fotografía del ahora". Con buenos materiales cualquiera hace una buena obra ;)
Gracias, celebro que te haya gustado, hacia tiempo que no escribía relatos y me encanta haber acertado.
Un abrazete Oso.
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