Wednesday, April 29, 2015

Der Ring des Nibelungen y de como Wagner pasa de Schopenhauer a Goethe

Todo en Wagner es grandioso, pero si nos adentramos en Der Ring des Nibelungen (El anillo del nibelungo), entonces esa grandiosidad nos supera por todos lados. Ya no es que se trate de una ópera, sino de cuatro, es decir, una tetralogía compuesta por El oro del Rin (Das Rheingold), La valquiria (Die Walküre), Sigfrido (Siegfried) y El ocaso de los dioses (Götterdämmerung). Más de 15 horas de ópera que el compositor alemán tardó 26 años en componer, desde 1848 a 1874.

Sin embargo, la auténtica maravilla de Der Ring no está tanto en sus números, que lo son y grandiosos sin duda, sino en su temática. Aquí encontramos la lucha del deber y la libertad, del amor y el rencor, de la política, la guerra, los conflictos y la redención y el perdón. La obra de Wagner es uno de los mayores compendios de representación mediante la música y la voz, de los grandes temas de la humanidad y su filosofía. Esto no debe de extrañarnos, pues Wagner es un gran devoto de la filosofía, sobre todo alemana.

Uno de los mayores atractivos de Der Ring es precisamente, la evolución ideológica que sufre el compositor desde que comienza su composición hasta el final de la misma en Götterdämmerung (El ocaso de los dioses). De forma breve podemos resumir el argumento completo de la obra como los acontecimientos que desde el robo de oro del Rin y la creación del anillo por Alberich hasta la destrucción del Walhalla y los propios dioses y la devolución del mismo al Rin por la valquiria Brunilda.

Todo comienza por acto de resentimiento y rencor, ante el rechazo que por parte de las hijas del Rin sufre Alberich. Tras la creación del anillo, con su enorme poder, todos los personajes que entran bajo su influencia, incluso sus portadores, acaban sufriendo su maldición, viendo como todo lo que desean acaba siendo destruido.

Para Wagner, la creación del anillo supone un acto de traición a la propia naturaleza, pues ante la negativa del amor por parte de las hijas del Rin, Alberich intenta que le amen por la fuerza, es decir, mediante el poder, que para el compositor alemán tiene su más fiel reflejo en la política. Así, si la naturaleza del hombre es el amor, su componente político es la traición a ese estado y todo lo que de ella emana es dominación y destrucción. Debemos recordar que por aquel entonces, Wagner  es un claro anarquista, partidario del pensamiento de Bakunin, cercano a las teses del editor radical August Röckel e influido por las ideas de Proudhon. El propio Bernard Shaw incluso defiende que todo Der Ring es una defensa socialista y una crítica a la sociedad industrial.

Sin embargo, 26 años son muchos años para seguir manteniendo la misma postura ideológica en a convulsa Alemania de finales del siglo XIX. El autor de hecho, no olvida a uno de sus grandes filósofos de cabecera, Schopenhauer. Si en algún momento creyó en la utopía socialista, posteriormente dejó que su Der Ring evolucionase por cauces más cercanos a ese pesimismo burgués que también representó el filósofo de Danzing.

Recordemos que para Schopenhauer la vida burguesa está marcada principalmente por descubrir que todo intento, acción o hecho es en vano ante la muerte. Da igual lo que hagamos, no hay posibilidad de trascender al funesto final, al eterno fin.

Esto es así porque para Schopenhauer ninguna de las ideas burguesas imperantes es real excepto una, la individualización. Ya no existe un proyecto en común, solo la palpable realidad de un ser individual perdido en un mundo lleno de voluntades individuales abocadas a la muerte, al olvido.

Para él, la única forma de actuación es la voluntad, que da pie a las ideas que únicamente pueden ser puestas en solfa por el individuo, así, la realidad es una lucha constante de voluntades, de ideas, de individuos que se saben muertos, pero que aún así, luchan en una batalla sin sentido. Pero esta formulación nos lleva más allá, nos conduce a la visión de un mundo sin posibilidad de trascendencia, sin posibilidad de permanencia más lejos de la muerte, es decir, no es posible ningún tipo de teodecia, no es posible ningún tipo de religión, de Dios.

Si la propia acción es condena, la única salvación posible es la no acción, el detener esa voluntad, es decir, la redención viene de mano de la contemplación. El apartarse del mundo, el negarse a llevar a cabo la voluntad de las ideas a través de uno, significa evitar entrar en el fango de la cruel batalla que supone la vida. El asceta no es más feliz, simplemente ha entendido que nada puede hacer para evitar el fatal final, pero precisamente por ello, por entender que nada se puede realizar, nada hace y por ende, se evita los crueles sufrimientos de un mundo lleno de crueldad y maldad. Frente al idealismo positivo de Kant e incluso de Liebniz, para Schopenhauer estamos en el peor de los mundos posibles y lo único que queda por hacer, es no hacer nada y esperar nuestro tránsito sin sentido procurando crear el menor mal posible.

Sin embargo, Wagner da un giro más y no se queda en el pensamiento negativo del filósofo de la voluntad, sino que para terminar su obra, prefiere quedarse con las ideas de Goethe. A pesar de todo el daño sufrido, a pesar de la destrucción del Walhalla y los propios dioses, Wagner desea acabar su gran tetratología volviendo al amor, porque es consciente que solo a través del amor, puede salvarse el hombre, la propia humanidad. Por eso, sus últimas notas son totalmente influidas por Goethe y no por Schopenhauer.

Y es Fausto su referente más concreto, porque es Brunilda el Fausto de Goethe. Es ella la que se da cuenta y pronuncia, como el personaje de la obra de Goethe ese "detente, ¡eres tan bello!". Porque al igual que Fausto, Brunilda descubre que la única forma de vencer a la muerte es aceptarla y dotarla de significado que no es otro significado que el ideal kantiano, a saber, libertad y felicidad en un Bien Supremo. Se trata de ayudar, de colaborar con todas las fuerzas a crear un pueblo libre sobre una tierra libre. Brunilda acepta su destino y sabe que la única salvación posible es el sacrificio en pos de los demás, de amor supremo.

Se cierra así el ciclo, donde la política que acabó desterrando al amor, acaba siendo destruida por él, porque no hay otro poder en la tierra que se le pueda equiparar.

Sunday, April 19, 2015

Reflexiones en torno a Debussy: un amor arabesco.

El amor siempre es un juego sin fin,  unas veces se es el amante y otras veces se es el amado y las menos, amante y amado juegan al mismo tiempo.

Eros, sin duda. Pocos compositores han logrado dar un triunfo tan aplastante a ese dios del amor caprichoso, díscolo, rebelde, pasional, intenso, sensual y sexual como Claude Debussy. Sumergirse en la música del compositor francés no es como esa grandiosidad tonal de Beethoven; ni la divertida e inteligente musicalidad de Mozart; ni incluso voluntaria y desgarrada orquestación como puede proponernos Wagner; no, Debussy nos propone sumergirnos a pequeños pasos, hacerlo de modo que poco a poco, en cada nota, en cada centímetro de agua que nos va cubriendo, sintamos en nuestra piel el contacto del líquido elemento. Se trata de una danza, de un baile, de un ritual arcaico de conexión.

Debussy es el gran compositor de ese Eros porque cada una de sus notas son pequeñas pinceladas, escuetas y sinuosas líneas que se dibujan y re-dibujan, se unen, retuercen, juntan, curvan, giran y se pierden en mil y una formas delicadas y bellas. Su amor es un amor hedonista en el más puro sentido de la palabra, un amor de idas y venidas, de juegos, de sueños y despertares, de impulsos y pulsos, de miradas, susurros y caricias, pero también de besos, de tacto y contacto, de pasión. Como dice el gran Eugenio Trías en su monumental El canto de las sirenas, sobre el sujeto de ese Eros es "El sujeto de un deseo marcadamente erótico y sensual, que se suspende y estanca en su propia delectación narcisista, sin antecedente ni consecuente..."

El amor que nos compone musicalmente Debussy es un amor de constante encuentro y desencuentro, donde el acto de coqueteo es simplemente bello por el mero hecho de lo efímero, sin más, donde la belleza es lo relevante, sin importar más allá razones de peso impuestas por una voluntad marcada hacia un destino, sea éste el que sea. Todo lo contrario, Eros odia la voluntad, allí donde ésta aparece, él desaparece, porque él es libertad, es vaguedad, es agua en constante movimiento sin dirección alguna, es mero juego por el juego. La música de Debussy descubre el tempo, la importancia del tiempo de cada nota en su justo momento, de cada gesto como lo son en el amor que musicalmente representa, cada mirada, cada sonrisa, cada palabra dicha y callada.

Dos amantes que para el compositor francés son dos notas, dos almas tonales que pueden ser dibujadas en infinitud de sonidos fuera de las cadenas de la voluntad, fuera de la escala tradicional, porque esas dos notas, bellas en sí, encuentran su belleza en cada momento, en cada nota justa, en cada sonido que ese instante decida sonar. No hay intención, sino tentación. No hay color dominante, sino colores unidos, mezclados, pintados a trazos suaves y delicados. Es la belleza sin explicación, simplemente porque sí.

Ese amor no pide reglas, pide tiempo. Ese amor no espera resultados, juega sin remisión. Ese amor es un amor callado pero de infinitos mensajes hablados a través de miradas y sonrisas. Un amor donde las palabras están silenciadas porque las frases se componen con los ojos y los labios. Ahí es donde triunfa lo sensual, el goce, el placer, el capricho, el arabesco. Un amor mudo pero intenso en música, porque como bien acertó a comprender Debussy, la música es lo único que puede dibujar al Eros.

Saturday, April 18, 2015

Cómo iba a sospechar que lo fácil iba a ser decirte adiós

Cómo iba a sospechar que lo fácil iba a ser decirte adiós,
cómo podía yo imaginarlo, cómo,
si simplemente me había prevenido para no sangrar,
pero no para la cicatriz que la herida iba a dejar,

Cómo iba yo a sospechar, cómo,
que luego, ahora, después del adiós,
iba a notar tanto tu ausencia,
extrañar tanto tus besos,
no olvidar tus caricias,
llorar con mis ojos por no tener tan cerca los tuyos,
cómo lo iba yo a imaginar,
cómo

Maldita cicatriz que no para de hacerme recordar,
cada amanecer y anochecer,
cada palabra y silencio,
cada una de tus manos y tu pecho,
cada uno de tus negros luceros,


cómo iba a sospechar que lo fácil iba a ser decirte adiós...
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