Wednesday, November 28, 2012

Diga 33...

- ¡33!

Ni uno más, ni uno menos. ¿Cuestión de números? Parece que sí, si uno resta a 2012, 1979. ¿Algo más? Según Julio Iglesias media vida. Claro que para Cristo fue el fin del comienzo, morir para resucitar y llevar a cabo su misión. Un dato curioso, Bruce Lee, nace el 27 de noviembre, un día antes y muere, ¡exacto! a los 33. Cuestión de números.

Algunos datos más. Es el número atómico del arsénico, un metaloide y por tanto, ni metal ni no metal, es decir, justo en medio. Y si por algún motivo, quieres llamar a Francia, ¡eso es!, debes marcar el 33. Matemáticamente hablando, es un número compuesto cuyos factores propios son el 1, el 3 y el 11, que sumados dan 15, que al ser menor de 33, lo convierte en un número defectivo. No es un  número primo.

En la Sagrada Bíblia, 33:33 corresponde con el libro de Ezequiel que dice: "Mas cuando todo esto llegue - y he aquí que ya llega -, sabrán que había un profeta en medio de ellos.".  Y el libro que tengo delante, en la página 33, las 33 primeras palabras son: "lizar bien todos nuestros sentidos y, en este punto, llegamos a una nueva necesidad: ser honestos. ¿Qué significa ser honesto contigo mismo, Andrés?  - Supongo que reconocernos tal y como verdaderamente somos. - Jaime sonrió....". En mi blog, la entrada 33 se titula "Despedia" y es un poema de Jorge Luis Borges.

Hay muchas más operaciones, muchas más. Lo dicho, una simple cuestión de números.

Monday, November 26, 2012

Con los cinco sentidos y algo más

Hace mucho tiempo, en una aldea lejana, un joven se encontraba estudiando para entrar en la universidad. Con la mirada clavada en los libros, no percibió como por delante de la ventada de su cuarto, pasaba un anciano por el camino que llevaba a las montañas.

- Me podeís dar un vaso de fresca agua, por favor. El camino es largo y la calor sofocante y a este pobre anciano le queda aún mucho camino para llegar a casa. - Le dijo el caminante.

- Sí, pero luego marcháos, estoy muy ocupado estudiando.- Contestó el joven, malhumurado por el valioso tiempo que el anciano le estaba haciendo perder.

- ¡Gracias joven estudiante! A pesar de estar tan ocupado con vuestros asuntos, habeis dado agua a un viejo sediento y estoy en deuda con vosotros. Como veo que os gusta estudiar, que disfrutáis de aprender y deseáis alcanzar la sabiduría, os diré que no debéis confundir a ésta con el conocimiento. Ahora no os molestaré más. Pero no será la última vez que nos veamos.

El joven intentó contestarle, pero el anciano velozmente se puso de nuevo en camino, diriguiendo sus pasos hacia la montaña Aquel acontecimiento dejó al estudiante aturdido, pero rápidamente se volvió a sus libros.

Con el paso de los años, el chico aprobó con notas excelentes sus pruebas, logró ser profesor de universidad y adquirir muchos conocimientos, pero la afirmación que le había lanzado en su día el anciano, le seguía martilleando en su cabeza, "no confundas sabiduría con conocimiento". Lo que más deseaba era ser sabio, por eso a pesar de los reconocimientos en su trabajo, de todos los estudios que había realizado con éxito, notaba que le faltaba algo, se sentía incompleto.

Un fin de semana, regresó a la aldea después de mucho tiempo sin volver. Los recuerdos de su infancia y adolescencia le asaltaron y también, el encuentro con el extraño caminante. Ahora que se encontraba de nuevo en su vieja habitación, la frase del anciano no dejaba de llamar a la puerta de su mente una y otra vez y lo que era mucho peor, el sentimiento de que algo le falta era cada vez mayor.

Harto de encontrarse en esa situación, lleno de enfado por las palabras que el caminante le había dicho y que no podía olvidar, y que tanto mal le estaban causando, decidió ir en su busca. Preparó sus pertenencias para el viaje y se dirigió hacia la montaña, esperando poder encontrar al culpable de la situación en la que se encontraba.

Después de un día de camino, se encontró con una preciosa joven que estaba sentada a la sombra de un árbol. Vestía un modesto vestido de lino y algodón, tenía sus pies descalzos y se estaba peinando su larga y oscura cabellera. El ya  no tan joven estudiante se acercó a ella:

- Buenos días bella dama.-
- ¡Oh!, quién está ahí.- Dijo la joven.
- ¡Vaya, sois ciega! . Siento haberos asustado al acercarme sin avisar.
- No os preocupeís. Por favor, sentaos y compartid conmigo el motivo que os lleva por estos caminos.
- Vereís. Hace tiempo me visitó un anciano que se dirigía hacia las montañas, me dijo algo y desde entonces no me encuentro bien, le busco para que me aclare sus palabras y me ayude para solucionar mis problemas.
- Entiendo.- Dijo la joven, mientras posaba el cepillo en la hierba.- ¿Acaso no sois feliz?
- Yo pensaba que sí.. He logrado lo que quería, tener sabiduría, pero por lo visto, las palabras de aquel caminante me han casuado un mal que no soy capaz de curar. Vosotros sois muy feliz por lo que puedo comprobar, me gustaría preguntaros una cosa, ¿cómo es ello posible si sois ciega? ¿Acaso no os gustaría ver?.- Preguntó el profesor.
- Muchos tienen vista y solo ven, yo no la tengo, pero yo puedo hacer algo mejor. Si quieres usar tus ojos más allá, no basta con ver, tienes que observar. Ahora vete, tengo que seguir alisando mi pelo. El anciano al que buscas vive en una choza en lo más alto de la montaña.

Aturdido por la respuesta de la joven, el caminante se pudo de nuevo en camino. Al anochecer, vió el destillo de un fuego a lo lejos, aterido por el frío, decidió acercarse. La luz de la hoguera salia de una pequeña y pobre cabaña, por fin pensó, he llegado hasta el anciano. Sin embargo, una vez miró a través del cristal, vió que dentro había un leñador tomando su cena. Decidió llamar a la puerta para preguntarle si podía pasar la noche al calor de su fuego, pero por más que llamaba, el dueño de la choza parecía ignorarle. Harto de esperar, abrió la puerta y un viento gélido entró en la caliente habitación.

- ¿Quién sois? ¿Qué quereís de un humilde leñador? Y por favor, decídmelo por gestos pues soy sordo.
 El joven sacó entonces un cuaderno y un lapiz y anotó unas frases.
- ¡Claro!, ponéos cómodos y esperad a que os sirva un poco de sopa caliente, la verdad es que esta noche está siendo realmente fría en la montaña.

Hablaron durante un buen tiempo y el visitante comprobó con asombro lo feliz que era el leñador. Intrigado, le preguntó por escrito cómo era posible que lo fuese si era sordo, si no hubiese preferido oír.

- Es cierto que no puedo escuchar lo que me dicen los demás, pero no significa que no pueda comunicarme con ellos, pero gracias a mi sordera. Además, ser sordo no me impide oírme a mi mismo, escucharme lo que me digo. Muchos oyen, pero ni escuchan ni se escuchan. Ahora estoy cansado y creo que vosotros también, debemos irnos a dormir.

A la mañana siguiente, el leñador ya no se encontraba en la cabaña, el joven recogió sus cosas y se puso de nuevo en marcha. Al lado de su cuaderno, encontró una nota donde su anfitrión le indicada que si seguía el camino que bordeaba el río, llegaría hasta el anciano que andaba buscando.
Caminó hasta bien entrada la tarde y cuando el hambre le asaltó, se apartó a un lado y comenzó a comer. Al poco tiempo de estar comiendo un trozo de pan con queso, vio como se acercaban un padre y su hija, la cual iba saltando, corriendo, dando brincos sin parar. Al verlo, se desviaron del camino y se acercaron a él.

- Disculpad señor, pero llevamos ya muchas horas de camino y aún nos quedan unas pocas más para llagar a nuestra aldea. Unos bandidos nos robaron nuestra bolsa de comida y al verle, pensé que podría darle un poco de la suya a mi hija.-
- Será un placer. A ver pequeña, qué prefieres, tengo pan, queso, manzanas, jamón, un poco de cecina, galletas. Dime, qué te apetece.
- ¡Agradezco mucho su generosidad!, pero mi pequeña no tiene lengua, un accidente cuando era pequeña, tuvimos que amputársela. Ahora no puede distinguir los sabores de la comida.
- ¡Increíble! .- Soltó el joven.- Y aún así, se la ve tan feliz.-
- Que no pueda saborear una comina no significa que no pueda disfrutar de sus formas, sus colores y su olor. Muchos tienen paladar pero no saborean la vida, simplemente la engullen sin percibir nada más.

Después de comer con ellos y preguntarle por el anciano, el joven se puso de nuevo en marcha. Como aquella noche no encontró ningún lugar donde refugiarse, encendió una pequeña fogata, preparó una ligera cena y se tapó con sus mantas para pasar la noche. Sin embargo, poco antes del amanecer, algo le despertó, el ruido de unos cascos de caballo acercándose.
A los pocos minutos, un soldado de la guardia del emperador se acercó a él y le dijo si podía acercarse al fuego para calentarse antes de continuar su camino. El joven le indicó que si, mas cuando el hombre se acercó a la luz de la hoguera, comprobó que no tenía nariz. El soldado se dió cuenta y contó que la había perdido en una lucha contra unos bandoleros que intentaban asaltar un pueblo, desde entonces no era capaz de oler nada. A pesar de ello, el profesor pudo ver que el valiente combatiente esbozaba una amplia sonrisa.

- Y a pesar de todo ello, os veo muy feliz, cómo puede ser, si ya no sois capaces de oler.
- Muchos tienen nariz y sin embargo, no se detienen a oler una flor o la maravillosa fragancia de una mujer.

El soldado se despidió y por su amabilidad, le indicó que la choza del anciano que tanto tiempo llevaba buscando estaba muy cerca, a un día de camino. Eso le animó y se dispuso también a empreder el suyo. Llegó al nacimiento de un pequeño arroyo donde vió como una mujer entonaba una alegre canción. Se acercó a ella para preguntarle si iba en la dirección correcta y no pudo evitar ver que no tenía manos.

- Buenas tardes señora, veo que teneis no manos y sin embargo, aquí estaís tan alegre y feliz cantando.
- Muchos las tienen y no las usan para dar caricias o sentir el tacto de las pequeñas cosas o para tomar y no dar, golpear y no abrazar.

Desconcertado por la entereza de la mujer, la dejó cantando después de que ésta le indicara que la casa del anciano se encontraba ya a unos pocos kilómetros.
Llegó a la cabaña a la noche y el viejo estaba en la puerta, como si lo estuviera esperando, se acercó a él y dejó sus cosas en el suelo.
- Muchos años llevo esperándote joven profesor.- Le dijo en anciano.
- Tantos como yo llevo sufriendo un mal por vuestras palabras.- Le conestó el viajero.
- ¿Por mis palabras?
- Sí., desde que me dijo que la sabiduría y el conocimiento no son lo mismo, no he podido ser feliz, pensando que todo lo que había estudiado no me servía para ser lo que realmente quiero ser, todo un sabio.
- Vaya. Pero para ser sabio no hace falta leer libros o ir a la escuela, aunque todo eso ayude, claro está.
- ¿Cómo que no?
- Permíteme que te lo demuestre. ¿Qué has aprendido de tu camino hasta mí?

La pregunta dejó al joven descolocado, pensó y analizó todo lo que le había pasado durante el trayecto, pero no había recibido ninguna lección importante.

- Nada, contestó.- Solo me he topado con gente y sus rutinas diarias.
- Nada, vaya, como lo siento.- Le respondió el sabio.- Y sin embargo has recibido cinco lecciones muy importantes.
- ¿Cuáles?
- Que tienes unos ojos que no ven la vida, unos oídos que no la oyen, una lengua que no la paladea, una nariz que no la huele y un tacto que no la siente. Estás más ciego que la joven del peine, más sordo que el leñador, más augésico que la niña, más anósmico que el soldado y tus manos es como si estuviesen amputadas como las de la mujer cantante.

Aquellas palabras despertaron algo en su interior que el joven estudiante no había sentido nunca, algo en que en sus adentros parecía volver a la vida.

- Ahora lo entiendo maestro. Comprendo la diferencia entre la sabiduría y los conocimientos. Aquellas personas no podían ver, ni oír, ni oler, ni saborear ni dar un abrazo, pero si tenían algo que suplía todos y cada uno de mermados sentidos. Algo que yo a pesar de tener cada uno de ellos sanos, no he experimentado nunca, pero hay algo peor maestro.
- ¿Lo qué?
- Lo que suplía sus carencias era que sus corazones latían para vivir con felicidad a pesar de sus dolencias. Maestro, además de no ver, ni oír, ni oler, ni saborear, ni sentir, además de todo ello, lo peor de todo es que mi corazón no latía por la enorme alegría que supone el simple hecho de vivir.

Saturday, November 24, 2012

Reto I: La última vez

Nada me levanta más el ánimo por la mañana, que tomar un buen café en Starbucks y acompañarlo de un aria, en este caso, el "Pur ti miro", escena final de la última ópera de Monteverdi "L´incoronazione di Poppea". Su voz era magnífica, siempre lo era, por eso es mi soprano favorita. Café y ópera, si, hoy lo necesito más que nunca.

La fuerte discusión con él, en la que nos hemos dicho de todo, incluido esas frases hechas que llenan el hueco vacío que dejan los argumentos cuando fallan como "tú sabes que no es así", "tócame las pelotas", "ya te lo dije, siempre igual", de las cuales existen tantas que podría escribirse un libro titulado "Dichos para llenar silencios" o algo similar, había empezado en el desayuno. Él hablaba de lo bien que se lo había pasado la tarde pasada con sus amigos en la clase de spinnig, yo sobre lo curioso que era que hubiese un jugador al que llamasen también Tote. Ninguno escuchaba y al cabo de un segundo, saltó la chispa. Todos los reproches que los dos nos guardábamos, salieron a la luz. Y como no, una frase hecha hizo un receso en la discusión, "ya no lo aguanto más, me voy, se acabó para siempre." Es su forma de salir de las situaciones que no le gustan, dando un portazo.

Doy el último sorbo a la taza y respondo al móvil, un número que no conozco, me dicen algo que no entiendo bien al principio y luego, me doy cuenta de que todo ha terminado de verdad. Que ese portazo era el definitivo, y todo para mí perdió sentido, el madrigal que estaba escuchando, el sabor amargo del café, la discusión, todo, porque todo se habia acabado, y esta vez de verdad....

Tuesday, November 20, 2012

Un domingo cualquiera en la montaña

No soy capaz de encontrar las palabras para expresar la extraña sensación que siento, que a pesar de las agujetas en las piernas y el dolor en los brazos, quiera volver hacerlo.

El domingo comenzó temprano, a las seis y media de la mañana después de una noche llena de nervios y poco sueño. La ruta a la que me enfrentaba, era una invitación a probarme, a ver de qué material estaba hecho y sobre todo, a disfrutar de una experiencia magnífica. El que semanas antes, un maestro y mejor amigo la tildase de dura y que yo dejase en sus manos el invitarme al evento, solo hizo aumentar mi mochila de buena energía y ganas de demostrarme lo que era capaz hacer.

Así que con tres horas escasas de sueño y la mochila lista, trayecto en metro hasta Atocha para conocer y subir con unos amigos de David (gracias Rafa y Larua). Durante el trayecto en coche, los nervios comenzaban a aflorar, esa gente tenía experiencia, fondo físico y una energía desbordante. Mis miedos comenzaban a atenazarme sobre mis posibilidades.

Mientras esperábamos al resto del equipo, la charla distentida y amigable entre todos los presentes fue un auténtico bálsamo para mi incertidumbre. ¡Tenía ganas! ¡Quería comenzar ya a subir! Y cuando por fin estamos todos, nos lanzamos a la ruta.

La primera hora larga fue un agradable paseo entre árboles, setas y cortas conversaciones con todos los presentes. Cada vez salgo más de mi zona de confort y me gusta charlar con gente desconocida, aunque soy extrovertido, cuando entre un grupo de personas hay conocidos, solía centrarme en ellos y no saber apreciar al resto.

Y sin avisar, llega la subida, el verdadero momento. La primera media hora fue realmente bien, sin embargo, a medida que la pendiente iba siendo mayor y la distancia iba aumentando, junto con la necesidad de auparse a las rocas para seguir adelante, la experiencia se fue transformando poco a poco en algo duro, maravilloso, pero duro.

Lo fue porque a pesar de habar encontrado un ritmo apropiado para mi capacidad cardio-pulmonar, hubo momentos en que me faltaba aire, sobre todo cuando se realizaban cambios de pendiente bruscos. Cierto es que me recupero rápidamente, pero mis pulsaciones en esos momentos suben muy rápido y mis pulmones no son capaces de darme el oxigeno que necesito. Y aunque las piernas aguantaban muy bien, la espalda y los brazos comenzaban a quejarse, pero claro, faltaba aún mucho trayecto.

En la parte final de la subida, durante un momento, por mi cabeza pasaron mil ideas, pero una recurrente, ¿qué necesidad tenía de estar ahí? Mi cerebro intentaba demostrarme que estaba equivocado sacándome de mi zona de confort y casi lo consigue. Evidentemente era imposible rendirse, solo quedaba subir o subir, abandonar no era ni una opción ni una posibilidad, pero mi cabeza no paraba de mandarme mensajes negativos que tenía que transformar en positivos con mi empuje y corazón. Y los brazos y la espalda seguían aumentando su queja.

Cuando peor lo estaba pasando en la subida, de hecho, en el momento que ya no faltaba casi nada para terminarla, fue el preciso instante en que un torrente de energía me asaltó por completo, propiciado por dos acontecimientos. El primero, resolví mi diálogo interior sobre por qué estaba en esa situación con un rotundo, porque yo así lo he elegido, porque a veces para poder ganar, tienes que vencerte a ti mismo, tenía que derrotarme mentalmente para salir victorioso emocionalmente y lo logré. Segundo, al ver la pasión, el disfrute, la felicidad y la sonrisa que nuestro organizador estaba irradiándo a todos. A ese torrente de emociones positivas y fabulosas, solo puedo dolverle lo mismo sino quieres ser injusto y también, porque quiería sentir las mismas cosas buenas que él y los demás estaban sintiendo en la subida. Al final, llegué.

Y allí arriba, todos juntos compartiendo algo tan sencillo como un bocadillo y un poco de agua, unos plátanos o unos simples frutos secos, comprendo que esa es parte de la magia de la montaña. La lección de que las cosas sencillas, las cosas que luchas y alcanzas, unen y te hacen feliz, pero también que te permiten compartir parte de tu felicidad con los demás, es decir, estás siendo parte de algo mágico, una experiencia.

Las bajadas son para mi un disfrute, pero esta sumó algo más, hacerlo con cabeza y con técnica. Normalmente, si la ruta no es complicada, suelo dejarme llevar y simplemente bajar. Esta vez, tocó aprender, pensar, buscar rutas alternativas porque las usadas por los otros no me servían. Y aprender, aprender de la sabiduría de gente que te ayuda desinteresadamente con un "pon el pie aquí", "la mano así" o "lánzate que yo te sujeto". Pero sobre todo, me di cuenta de que no hay peor enemigo que el miedo y mejor amigo que la confianza. Toda el descenso fue una lucha constante contra el miedo a caerme, toda la bajada fue la demostración maravillosa de confianza en mí y la gente que me rodeaba.

Al final, escuchas el arroyo, ves parte de la cordillera a lo lejos, con sus riscos, las rocas, los árboles. Ves el cielo de un gris que jamás pensabas que fuese tan bello, la lluvia fina resbalando por tu cara, el olor de la tierra mojada, los ocres y castaños del paisaje que te abraza, las charlas amenas y fluidas de la gente a lo lejos.... y comprendes que a pesar de todo, vale la pena. Que aunque te duelen las piernas, la manos, los brazos y la espalda, que estás empadado, que has sufrido y luchado, te miras y no puedes evitar encontrarte tan vacío y a la vez tan lleno, que has llegado al momento en que sientes y te faltan las palabras.

Y las buscas pero no las encuentras, pero te da igual, porque simplemente en el fondo sabes que no es más que un domingo cualquiera en la montaña....

Thursday, November 15, 2012

Carta abierta

A mis maestros....

Vosotros mejor que nadie sabe que todo camino tiene en su sendero momentos buenos y momentos malos. Cuando yo decidí emprender el que ahora transito, sabía que no iba a ser un trazado fácil, recto y sin complicaciones, pues pocos caminos tienen ese perfil. Era consciente de que habría momentos en que iría muy deprisa y llegaría muy rápido a una de las muchas metas marcadas, pero también otras situaciones donde me encontraría dificultades e incluso hasta la posibilidad de tropezarme y caer. Así es el camino, uno elige que va andar, las situaciones vienen, uno actua y solo queda asumir las consecuencias y con qué emociones y sentimientos se va a enfrentrar a ellas.

Conocéis un poco el que yo ahora recorro. Y lo conocéis porque vosotros también lo habéis realizado, el camino del cambio, no de un cambio cualquiera, sino de un verdadero cambio interior que nos renueva espíritu y cuerpo. Se trata de un proceso largo, lleno de maravillosos retos y complicados momentos. Estoy muy orgulloso de todo lo que he andado en estos seis meses, pero me queda aún mucho por delante, muchos momentos donde sortearé las piedras y los agujeros que el camino me manda, pero también otros que no sabré preveer y donde la caida sea el resultado.

No tengo miedo a las caídas, vienen de serie cuando decides andar. Al fin y al cabo, cuando aprendes a montar en bicicleta, al principio te caes unas cuantas veces, luego vas aprendiendo y te caes menos, hasta que seguro de ti mismo ganas confianza y entonces, por ir demasiado de prisa, te caes de nuevo. Esas caídas son las que más duelen, porque van directas al orgullo y a la confianza, pero son de las que más rápido te repones, porque sabes que puedes ponerte en marcha de nuevo. Levantarme y asumir las heridas será mi trabajo, pues eso es lo que exige la ruta para seguir avanzando.

¡Gracias por enseñarme tanto!

Monday, November 05, 2012

El joven de la montaña

Un día soleado de primavera, cansado de los reveses de su vida, un joven decidió sentarse y no volver a levantarse. Harto de las decisiones que debía estar tomando siempre, angustiado de los problemas que le surgían, dolorido de las malas experiencias con otros hombres y mujeres, pensó que lo mejor era retirase y no hacer nada, simplemente meditar hasta encontrar la sabiduría necesaria para enfrentarse a la vida.

 Había subido a una montaña cubierta por un enorme manto de verde hierba y decenas de colores de las flores que se esparcían más allá de la vista, aquí y allá escuchaba los cantos de los pájaros, mezclado con el sonido del arroyo de fresca y cristalina agua, que no muy lejos de si, discurría ladera abajo. Miró a su alrededor, y a la sombra de un gran árbol se sentó.

Pasó el tiempo y a pesar de las súplicas de sus seres más allegados, el joven no cambió su actitud, nadie parecía ser capaz de quitarle de la cabeza esa terca idea de permanecer allí sentado, meditando, hasta encontrar la sabiduría de la vida. Con el paso de las estaciones, poco a poco la gente de la aldea comenzó a olvidarse de él y de su nombre, hasta que al final, solo le conocían como el joven de la montaña.

Un buen día de primavera, llegó a la aldea un anciano, desnudo, extremadamente flaco, con una larga barba y enfermizo. Pidió un vaso de agua y algo de comer a una joven que estaba limpiando la entrada de su casa. Ésta, aunque asustada, se apenó del pobre extraño y le dio de beber y un trozo de pan con queso. Calmada su sed y su hambre, se despidió amablemente y se dirigió hacia el centro del poblado.

En su camino, la gente se asomaba tímidamente a las ventanas o puertas de sus chozas y las pocas personas que encontraba en su camino, se apartaban para dejarle paso. Todos pensaban que era un pobre mendigo próximo a la hora de su muerte que había decidido encontrarla en su aldea. Pero en un rincón, sentado al sol, un anciano no dejaba de mirarle, había algo en la cara del vagabundo, exactamente en sus ojos, que le traían recuerdos de un pasado lejano. Intentó recordar, pero la niebla del tiempo cubría sus pensamientos, mas de golpe una imagen vino a su  mente, se levantó y se dirigió hacia el extraño visitante.

Alcanzado, le miró atentamente a los ojos mientras con sus febriles brazos agarraba los del caminante para impedir que siguiese avanzando. Éste se detuvo, no hizo ningún movimiento para zafarse de las manos que le detenían. El anciano de la aldea, sin perder de vista sus ojos le preguntó si era el joven de la montaña, el mendigo dijo que no sabía quien era esa persona, que su nombre era Lao Xi. En ese mismo momento, un torrente de recuerdos e imágenes inundaron la mente del aldeano, así era como se llamaba el joven de la montaña, después de tantos y tantos años, había decidido levantarse.

Le indicó que fuese a su casa para que se asease y vistiese, Lao Xi accedió y se mostró muy agradecido por la generosidad y amabilidad de esa persona a la que no conocía de nada. Ya en su choza, después de la ducha y vestido con una sencilla túnica que le había regalado Chen, que así era como se llamaba su anfitrión, se sentó en una silla de bambú.

Chen, lleno de preguntas decidió que era el momento de saber más de aquel que en su día, había sido un joven de la aldea. Por qué después de tanto tiempo, había decidido bajar de la montaña, saber si por fin, y eso era lo que más le intrigaba, había hallado la sabiduría que había ido a buscar. Lao Xin le contestó que a los cinco años de estar meditando en la montaña, se había presentado un niño que le preguntó qué estaba haciendo allí sentado, él le contestó que veía pasar la vida para ver si podía aprender algo de ella y encontrar la sabiduría para saber vivirla de forma acertada. El niño le volvió a preguntar si ya la había encontrado, y Lao le respondió que no.

Al cabo de unos veinte años, se presentó un fornido, esbelto y guapo joven que le hizo la misma pregunta que el niño, a lo que Lao Xi contestó de igual forma. Pasados cuarenta años, un hombre ya en la madurez de su existencia volvió a ponerse enfrente y a preguntarle otra vez lo mismo y Lao le dio la misma respuesta que a los dos anteriores.

Finalmente, después de ochenta años, un viejo llegó a su presencia, apurado, como si hubiese subido la montaña lo más rápido que sus fatigadas y débiles fuerzas le hubiesen permitido. Lao lo miró atentamente y éste le dijo con la voz entrecortada por la emoción que ya había encontrado la sabiduría para la vida. Lao Xi se quedó sorprendido y a la vez desconcertado, le asaltaban las dudas sobre quién era ese anciano que tenía delante, pero justo cuando iba a hablar, éste le dijo que en tres ocasiones había subido a la montaña para saber si él había encontrado la sabiduría de la vida y en las tres, le había respondido que no. Apenado descendía para seguir con las cosas cotidianas de su quehacer diario. Pero un buen día, después de haber experimentado una vida llena de alegrías y tristezas, se dio cuenta de que la única sabiduría necesaria para vivir era precisamente eso, vivirla, esa es la única forma correcta de hacerlo y tan pronto se dio cuenta de su hallazgo, corrió montaña arriba para contárselo a él, a la persona que tantos años llevaba buscando el camino sabio de la vida y decirle que así no iba a encontrarlo nunca.

"Y heme ahora aquí", dijo Lao Xi a Chen, "que poseo la sabiduría pero me falta vida para poner este saber en práctica."
Free counter and web stats